Filosofía de la historia

 

De vez en cuando merece la pena volver sobre esos libros breves, pero sustanciosos, que abren muchas pistas en materias difíciles y complejas, como es el caso de la filosofía y de la teología de la historia.

En concreto deseo volver a prestar atención al importante estudio del exRector de la Universidad San Pablo- CEU y catedrático de historia de la Universidad de Cádiz, Rafael Sánchez Saus, sobre “Dios, la historia y el hombre”, pues en una materia difícil hay que escoger bien los guías.

Precisamente, el libro publicado por el profesor de la Universidad de la ciudad más antigua del mundo, donde estaban las torres de Hércules, la tacita de plata y cuna del liberalismo español, es un buen instrumento para buscar conocer cómo enfocar el sentido y alcance de la historia.

Ciertamente, en este libro se nos abren pautas muy importantes, tanto para el lector creyente, como para el filósofo o pensador que apenas hayas discurrido sobre la antropología trascendente del hombre.

La materia es importante y más en nuestros tiempos cuando la dictadura del relativismo ha llevado a la esterilidad más profunda de muchos pensadores y a la paralización y desconfianza en la propia racionalidad humana. De suerte que, por la ley del péndulo en los corazones y reflexiones de muchos de los pensadores del siglo XXI, ha regresado la incisiva pregunta acerca del fin del hombre, del sentido profundo de la vida y del quehacer humano (9).

Ciertamente, en esta apasionante materia de las relaciones entre la historia y la vida, el autor toma como punto de partida la antropología, los presupuestos y lo conceptos vertidos por san Agustín en su inolvidable estudio “De civitate Dei” para actualizarlo y, por supuesto, aplicarlo a los problemas y enfoques de nuestro tiempo pues su visión es: “mucho más equilibrada que la de muchos historiadores actuales” (73). De hecho, atrevidamente, Sánchez Saus afirmaba: “Si en el plano personal sólo la oración nos ofrece la llave para comprender nuestro destino en Dios, la historia cristiana habría de ser, en el plano colectivo, como la meditación de la humanidad, el modo en que, en cuanto humanidad, podríamos descubrir la voluntad de Dios realizada en ella” (40).

Así pues, Dios no es un mero espectador del quehacer humano, ni el hombre es marioneta de Dios. Hay una conjunción de dos fuerzas: la voluntad de Dios que busca el bien y la felicidad del hombre y la libertad humana que para actuar como energía y despliegue del don recibido requiere de la prudencia; “recta ratio agibilium”.

Volvamos pues a San Agustín, pues para él: “todo poder está en manos de Dios, quien a veces lo entrega a los buenos para mostrar su soberanía sobre él y a veces a sus enemigos” Y concluía Ratzinger: “El poderío terrenal en manos de buenos y malos es pues señal ambivalente puesta en la historia por el Dios único” (69-70).

José Carlos Martín de la Hoz

Rafael Sánchez Saus, Dios, la historia y el hombre. El progreso divino en la historia, ediciones encuentro, Madrid 2018, 122 pp.