Imaginación teo-política

El autor parte en este libro de que la tradición cristiana es el único lugar del que se pueden deducir imaginaciones radicales de espacio y de tiempo, de presencia, que rompan con las dinámicas que ha establecido la razón secular tanto en nuestra política, nuestra sociedad y nuestra cultura, como dentro de la Iglesia. En la imaginación de la política contemporánea, moderna, tiene un protagonismo destacado el Estado, que ha sido capaz de imponer las leyes y los argumentos de nuestra forma de comprendernos y relacionarnos. El Estado moderno ha producido más violencia de lo que piensa, no por haber secularizado la política, sino "porque ha sustituido la imaginación del cuerpo de Cristo por una teología herética de la salvación por medio del Estado".

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2007 Nuevo Inicio
139
978-84-934760-4-5
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A veces da la impresión de que hoy los cristianos necesitamos una nueva narrativa, nuevas categorías para fecundar el predio en el que se encuentra la cultura y la sociedad. Necesitamos una nueva imaginación. Hagamos un poco de memoria. Si de lo social hablamos, no son pocos quienes recurren a las categorías y a los conceptos clásicos para abordar la presencia social de la fe, la teología social, un cristianismo social, una Iglesia social. Nada nuevo bajo el sol, quizá el método más común haya sido el de la importación y la exportación: importamos las ideologías a la teología, a la pastoral, y así nos va, y así nos ha ido. En España, especialmente, se percibe un olor a chamusquina en cuanto a propuestas originales, creativas, fecundas de concepción de lo cristiano y de presencia de lo cristiano en la sociedad. Más allá de unos pocos documentos de los últimos años de la Conferencia Episcopal, de algunas intervenciones de destacados y destacables obispos, y de las iniciativas de algunos grupos de cristianos, nada de nada. Y no digamos en el ámbito de la teología y de la intelectualidad cristiana.
Por este motivo y por muchos otros, la iniciativa del arzobispo de Granada, con esta nueva editorial, monseñor Francisco Javier Martínez, y de un grupo de cristianos, es un vendaval de aire fresco. No hay más que adentrarse en el primer libro, del teólogo seglar católico William T. Cavanaugh, con su Imaginación teo-política, por cierto, que muy amablemente han tenido los obispos españoles a su disposición durante la reciente Asamblea Plenaria, para darnos cuenta de que las ideas se mueven allende las fronteras patrias y que ya es hora de que nosotros nos abramos a lo que está pasando, no vaya a ser que tenga razón Ortega con aquello de que «no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa».
El autor parte de que la tradición cristiana es el único lugar del que se pueden deducir imaginaciones radicales de espacio y de tiempo, de presencia, que rompan con las dinámicas que ha establecido la razón secular tanto en nuestra política, nuestra sociedad y nuestra cultura, como dentro de la Iglesia. En la imaginación de la política contemporánea, moderna, tiene un protagonismo destacado el Estado, que ha sido capaz de imponer las leyes y los argumentarios de nuestra forma de comprendernos y de relacionarnos. El Estado moderno ha producido más violencia de lo que se piensa, no por haber secularizado la política, sino «porque ha sustituido la imaginación del cuerpo de Cristo por una teología herética de la salvación por medio del Estado».
Ahí nos queremos ver los católicos españoles. En diálogo con Murray, Boyte y su proyecto Triunfar en la vida pública, con Michel de Certeau, podemos pensar que «la gran ironía entonces es que, en el intento de conseguir que la Iglesia influencie lo público, en vez de ser pública, lo público ha reducido a la Iglesia a sus propios términos. La condición de ciudadano ha sustituido a la condición de discípulo como la clave pública de la Iglesia. Al desterrar a la teología de la esfera pública, la Iglesia ha encontrado dificultades para hablar con integridad teológica incluso dentro de la propia Iglesia. Los flujos de poder desde la Iglesia hacia lo público se han invertido, amenazando con inundar la Iglesia misma» . De ahí la anestesia que padecemos para ser espacios educativos, culturales, económicos, alternativos que impugnen el modelo del cálculo tedioso del Estado, del individualismo y de un liberalismo que, ciertamente, no nos salvará.