La renovación en sus fuentes

‘Testigo de esperanza’, la biografía que escribió Weigel de Karol Wojtyla, relata la participación de este en el Concilio Vaticano II. El joven Obispo vivió con pasión y empeño el Concilio desde su inicio. La Asamblea conciliar se clausuró el 8 de diciembre de 1965; siete años más tarde el Arzobispo de Cracovia dio a la imprenta un libro, “La renovación en sus fuentes”, como material de trabajo para implementar el Concilio en su Diócesis. No pretende ser, nos dice el autor en la Introducción, un comentario teológico de los documentos conciliares, sino un vademécum para su estudio y aplicación. El autor sistematiza su contenido en tres partes: 1. Significado del Concilio. 2. Formación de la conciencia. 3. Actitudes. Las cuestiones que va exponiendo se acompañan de textos extraídos de los documentos conciliares. El resultado es coherente, inteligible y evita el peligro de utilizar las citas fuera de su contexto.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1982 B.A.C.
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Nos cuenta Weigel que Wojtyla trabajó en la Constitución pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual; en el Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, y, singularmente, en la Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa. La óptica de Wojtyla se basa precisamente en la dignidad del hombre como criatura, lo cual hace que sus escritos, en ocasiones, parezcan textos filosóficos. Los documentos conciliares son amplios y admiten varias claves de lectura, por eso es importante el punto de vista desde el cual se lean y se trabajen. Wojtyla nos habla, desde el principio, de un enriquecimiento de la fe. Yo añadiría que no se trata tanto de profundizar en la fe como de ensanchar su base subjetiva y objetiva. Si anteriormente la Iglesia católica se había definido a sí misma mediante la contraposición de sus creencias con las de otros grupos cristianos y religiosos, ahora habla de un Pueblo de Dios al que todos los hombres están llamados en cuanto creados y amados por Dios; a todos alcanza la redención operada por Jesucristo y todos están llamados a formar un solo cuerpo en Cristo con el que ya, de alguna manera, están vinculados. La Iglesia se hace presente también en los fieles laicos, en los que el Concilio reconoce el sacerdocio común de los fieles, participación en el sacerdocio de Cristo, que lleva consigo los tria munera: sacerdotal, profético y real. A simples fieles pide el Concilio que cumplan la voluntad de Dios sobre la sociedad y el mundo, principalmente a través de su trabajo profesional. El mundo, su historia, sus leyes, el progreso técnico y social no son ajenos al plan de Dios para los hombres. Todos los valores humanos son simultáneamente valores cristianos basados en la dignidad de la persona: la igualdad, la justicia, la solidaridad y el respeto a los derechos humanos, entre ellos la libertad religiosa. El autor aborda el problema del ateísmo desde la conciencia de la creación, la revelación y el hecho de haber sido redimidos por Cristo. Revelación y redención no tienen sólo una dimensión individual sino también social, imitando el amor que se profesan las tres personas divinas. Las actitudes que la fe demanda al creyente son: Misión y testimonio, asunción de la propia identidad cristiana, responsabilidad en los distintos ámbitos y, finalmente, actitud apostólica y ecuménica. En la primera destaca la necesidad de una formación intensa. “La renovación en sus fuentes” –que no son otras que los documentos conciliares- constituye un libro muy adecuado para la formación permanente de los laicos.