La taberna errante

A lo largo de estas páginas, un par de proscritos hacen rodar por toda Inglaterra, huyendo de la justicia, el último barril de ron de la isla después de que un decreto gubernamental haya ordenado el cierre de todas las tabernas en nombre del ecumenismo y el entendimiento entre culturas. Allí donde los fugitivos se detienen y abren la espita del barril, enseguida cristaliza una sociedad en miniatura, como una perla alrededor de un grano de arena.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2004 Acuarela
346

Prólogo de Santiago Alba Rico

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La gran carcajada que truena juguetona en La taberna errante es la manera de G. K. Chesterton (1874-1936) de identificar y conjurar una amenaza. El autor de El hombre que era jueves o El Napoleón de Notting Hill siempre se defendió a risotadas, porque le hacía mucha gracia no ser Dios y tener que conformarse con ridiculizar los errores y disparates de sus enemigos. La taberna errante es un formidable, hilarante alegato contra el vegetarianismo y la abstinencia, lo que ya es desafiante en un mundo monstruosamente higiénico en el que los asesinos de masas se preocupan por su silueta y el negocio farmacéutico amarga y abrevia la vida de los otrora risueños, saludables y respetables barrigones. Cuando Chesterton defiende las tabernas defiende en realidad algo mucho más universal y razonable: defiende la sociabilidad. La taberna errante narra este conflicto "civilizacional" entre una cultura de vínculos y una cultura de místicos, entre la raza de los racimos y la raza de las esferas.