Las armas de los santos

Siete sermones de John Henry Newman (1801-1890) correspondientes a su época como presbítero de la Iglesia anglicana (1825-1845). Fueron pronunciados en la parroquia universitaria de Santa María, en la ciudad de Oxford.

Los sermones corresponden a: 1). La Cruz de Cristo. 2) La presencia eucarística. 3) Resucitar con Cristo. 4) Los palacios del Evangelio, sobre el templo cristiano. 5) El templo visible, sobre la vida cristiana. 6) Las armas de los santos, que da título al volumen. 7) El misterio de la Santa Trinidad, explicación sobre el Símbolo Atanasiano.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2002 Ediciones Palabra SA
137
978-84-8239-594-7

Selección y traducción de don José Morales.

Valoración CDL
3
Valoración Socios
4
Average: 4 (1 vote)
Interpretación
  • No Recomendable
  • 1
  • En blanco
  • 2
  • Recomendable
  • 3
  • Muy Recomendable
  • 4

1 valoraciones

4
Género: 

Comentarios

Imagen de enc

La interesante Introducción de don José Morales nos presenta a Newman como un intelectual oxoniense, pero también como sacerdote y gran predicador, en cuya producción destaca el corpus de sus homilías. Él mismo las reunió y editó con la intención de que hicieran bien a los lectores.

Al leer ahora los sermones de Newman no nos parece escuchar a un predicador elevado, infatuado por su propio saber -Newman era formador de estudiantes en el colegio universitario de Oriel, de gran prestigio-, sino a un bondadoso pastor de almas, cuyas palabras siguen alcanzando con provecho al lector que las medita doscientos años después de haber sido pronunciadas. Veamos algunos de sus pasajes:

En el sermón sobre la resurrección de Cristo Newman recomienda: "Si habéis sido tibios en vuestras devociones (...) animaos a hacer un nuevo comienzo" (pág.67). La universidad de Oxford había sido fundada para la formación del clero anglicano, pero durante el siglo XIX esa intención fundacional era un simple recuerdo y ahora se encontraba amenazada por el racionalismo al igual que el resto de la sociedad.

Continúa el predicador: "Dejad los cuidados que agotan, los celos, las prisas y los objetivos mundanos. dejad las rutinas vulgares, el tumulto de las pasiones, la fascinación de la carne, el espíritu frío y calculador, la frialdad, el egoísmo, el afeminamiento -recordemos a Oscar Wilde-, la vanidad y la arrogancia" (pág.67). Podría ser la predicación de unos ejercicios espirituales, pero era solo uno de los sermones semanales del sacerdote. Escribe José Morales en la Introducción: "Se dice que, durante decenios, no se había escuchado en Oxford una predicación semejante" (pág.17).

"Vigilad -continúa el predicador-, orad y meditad, de acuerdo con el tiempo y las posibilidades que Dios os concede. Dad generosamente vuestro tiempo a vuestro Señor y Salvador. Demostrad que vuestro corazón, vuestros deseos y vuestra vida están con vuestro Dios. Dedicad cada día un tiempo a buscarle. Vivid más estrictamente, ordenad vuestra vida y redimid el tiempo no dedicando horas a las distracciones mundanas y unos pocos momentos a Jesús"  (pág.68). Mientras tanto el templo de Santa María se llenaba para escuchar estas palabras animantes.

Al tratar sobre la participación litúrgica y eclesial de sus oyentes, Newman recomienda: "Cada uno debe hacer lo mejor que pueda, rezar lo mejor que pueda, servir lo mejor que pueda. (...) Él aceptará lo que le ofrecemos" (págs.95-96); y continúa: "Un estilo lujoso de vida, resulta incómodo para un verdadero cristiano (...), será adecuado usar el dinero en el servicio de Dios, en alimentar al que sufre hambre, en vestir al desnudo, educar al joven y difundir el conocimiento de la verdad" (pág.96).

Para Newman las armas de los santos consisten en ser desconocidos y despreciados: "Ningún abajamiento -explica- puede ser mayor que el de Nuestro Señor" (pág.106). "En vez de avasallar con la palabra e imponer nuestra voluntad, hemos de alegrarnos de ser tenidos en poco, realizar servicios humildes; que los demás reparen lo mínimo en nosotros, pacientes ante la calumnia, no discutir, no juzgar, no censurar" (pág.108). Eran palabras de un santo que arrastraban a sus oyentes.

También Newman tuvo que sufrir los desprecios en su vida. Hubo un momento en el que los obispos de la Iglesia de Inglaterra y la propia universidad criticaron su estilo pastoral y su doctrina por demasiado tradicional y cercana al catolicismo. Por coherencia, el sacerdote abandonó la parroquia y la universidad retirándose al campo para dedicarse a la oración y al estudio de los santos padres y doctores de la Iglesia antigua, hasta que un día Dios le llamó a la Iglesia católica. Tampoco en ésta su vida fue un camino de rosas, pero quedó para la posteridad su testimonio pastoral y teológico.