Laudato Si'

Un tratado ético y espiritual acerca de la relación del hombre y de la mujer actuales respecto de la naturaleza y el medio humano. La Encíclica realiza su diagnóstico en un momento en el que el pensamiento moderno y postmoderno han vaciado de sentido la vida de las personas y de las sociedades.

Aunque se diga que la Encíclica va dirigida "a todas las personas de buena voluntad" (pág.61), interpela sobre todo a los cristianos para que incorporen a su fe y en sus vidas las obligaciones con la naturaleza y la sociedad. ¿Quién iba a decir, por ejemplo, que el reciclaje de plásticos tuviera un sentido espiritual de respeto a la creación de Dios, además de un servicio a los hombres?

Laudato Si'  defiende un estilo de vida sobrio, impulsado por el afán de servicio. Aunque la Encíclica no lo diga, se trata de una buena definición de la santidad o, al menos, de la justicia tal como la conciben los textos bíblicos.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2015 San Pablo
222
978-84-285-4835-9

Subtítulo: Sobre el cuidado de la casa común.

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Igual que en su publicación anterior -la Exhotación Apostólica Evangelii gaudium-, la enciclica Laudato si' adopta la forma de un estudio amplio acerca de la relación de los hombres con la naturaleza y la sociedad. Ya los pontífices anteriores se habían interesado en sus escritos por el cuidado del medio ambiente y de las sociedades.

La amplitud de esta Encíclica permite distinguir en ella tres cuestiones principales: a) Lo que se refiere al cuidado de la naturaleza. b) Relación del hombre con la sociedad, principalmente en el medio urbano, con el fin de alcanzar un desarrollo integral. c) Encuentro de las personas con Dios en este contexto. La Encíclica va ganando en interés según avanzan sus seis capítulos.

El primer capítulo -Lo que está pasando- es seco como un informe oficial, lo que sugiere la intervención de distintas manos en la redacción del texto. La mención personal del Pontífice no aparece por ninguna parte; aun así leemos como "el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos" (pág.46), y termina con una frase fuerte de S.S. Juan Pablo II pronunciada en el año 2001, el cual afirmaba cómo "la humanidad ha defraudado las expectativas divinas" (pág.59).

El capítulo segundo -El Evangelio de la Creación- da un salto para introducir la influencia de las religiones en una ecología integral, que se preocupe principalmente de las personas. Afirma, sin ambages, algo que no se había dicho hasta ahora con tanta claridad y es que "los deberes con la naturaleza forman parte de la fe de los cristianos" (pág.63). Añade cómo en la actualidad el pecado se manifiesta con toda su fuerza en las guerras, la violencia, el maltrato, el abandono de los más frágiles y los ataques a la naturaleza (pág.65). Hace una mención que nos deja perplejos, al mencionar "el ideal de armonía, justicia, fraternidad y paz que propone Jesús" (pag.79). ¿Es ello cierto? Nos viene a la cabeza la frase del Señor cuando dice "no he venido a traer la paz sino la espada" (Mt.10,34); sin embargo, también recordamos la predicación del Bautista (Lc.3,11), las Bienaventuranzas, la parábola del Buen Samaritano (Lc.10,25-37) y las exigencias de perdón, reconciliación y generosidad que plantea el Señor (Mt.18,21; Mt.5,23; Lc.6,29-30). Concluimos que es cierto lo que se dice acerca de la doctrina de Jesús, aunque apenas se predique sobre ello.

Sobre la crisis ecológica (capítulo tercero) se pone de relieve el fracaso del pensamiento moderno y postmoderno para proporcionar felicidad a los hombres. Habla de la degradación del ambiente, la angustia y pérdida del sentido de la vida y de la convivencia: "La gente no parece creer en un mundo feliz, en un mañana mejor" (pág.104), y critica lo que llama el paradigma tecnocrático. Cita ejemplos que van desde el aborto hasta la adoración del poder. Recuerda que proporcionar un trabajo a todos debe constituir una prioridad para la economía y la política.

La ecología integral (capítulo cuarto) abarca la economía, las instituciones -paz social, estabilidad y orden-, los derechos de los pueblos y las culturas, la vivienda, el transporte, las posibles carencias del mundo rural y, en conjunto, la búsqueda del bien común (pág.143). El capítulo quinto plantea las líneas de acción que ya todos conocemos, desde reducir el uso de los combustibles fósiles hasta ahorrar en el uso de la energía y el agua. Señala cómo "la rentabilidad [económica] no puede ser el único criterio" (pág.169), y repudia la riqueza especulativa que da a los bienes un valor que intrínsecamente no tienen.

Cuando trata sobre la educación ecológica (capítulo sexto) el autor es consciente de que se trata de algo a largo plazo, ya que "los jóvenes (depende cuáles) han crecido con un altísimo nivel de consumo y bienestar" (pág.186). Pide "crecer en solidaridad, responsabilidad y compasión" (pág.187), así como "superar un consumismo sin ética, sin sentido social ni ambiental" (pág.194). Por lo que se refiere a una espiritualidad ecológica -menciona los ejemplos de san Benito y san Francisco de Asís-, el texto está especialmente bien redactado y resulta comprensible. Esta espiritualidad estaría basada en dos puntos: La sobriedad -que no es otra cosa que la pobreza cristiana de toda la vida y que viven especialmente las familias numerosas- y la recomendación de un estilo de vida propio y coherente. Recordemos cómo los primeros cristianos se distinguían precisamente de sus contemporáneos por su especial estilo de vida.

Nos encontramos ante una encíclica inspirada -en un sentido amplio-, pero en la que aun así advertimos omisiones. No cita la llamada basura espacial que orbita la tierra por obra y gracia de los Estados y compañías de telecomunicaciones, y sobre todo, no menciona la más importante labor social en el ámbito de las familias y las pequeñas comunidades: la madre de familia, educadora, profesora, cocinera, enfermera y sostén afectivo del grupo familiar (Proverbios 31,10-31). La Encíclica se limita a pedir que no se pierdan la masculinidad y feminidad, lo que nos lleva a preguntarnos a qué se debe un tratamiento tan escueto. Tampoco menciona el papel de los servidores domésticos, ya que la mística del trabajador industrial ha dejado al margen todos los empleos dirigidos al servicio y no a la transformación de los productos. Es curioso cómo la Encíclica, al referirse a una espiritualidad basada en el trabajo y el ejemplo mencione a san Charles de Foucauld, un eremita del desierto, y no a san Josemaría Escrivá, el santo de lo corriente, en palabras de san Juan Pablo II.

Nos encontramos ante una Encíclica para el estudio y la explicación, ya que la sola lectura no proporciona una comprensión suficiente. Contrasta la importancia que da el documento al compromiso ecológico y social de los cristianos y la nula cantidad de veces que oímos predicar sobre eso. Es obligatorio recordar las palabras del Apostol cuando exclama: "¿Cómo creerán si nadie les predica?" (Rom.10,14).