Mientras embalo mi biblioteca

Cuando a comienzos de este siglo, Alberto Manguel instaló su biblioteca en un viejo presbiterio del Valle del Loira, sintió finalmente que, al igual que sus libros, había hallado su lugar en el mundo. Pero la vida le desdijo y su biblioteca está ahora guardada en cajas en un depósito en Canadá.
Eco inverso del breve ensayo de Walter Benjamin, esta obra es casi un manifiesto, un gesto de rebeldía frente a la amenaza de olvido que supone vaciar los estantes. En esta elegía (acompañada de diez digresiones), Manguel reivindica con lucidez y sabiduría la biblioteca que sigue existiendo en la mente del lector, el poder de la palabra y los juegos de asociaciones y recuerdos que los libros, aun encerrados, producen. Una biblioteca, dice Manguel, es una autobiografía de muchas capas: esa es la noción que explora este nuevo texto del autor, Premio Formentor 2017, quien tanto ha contribuido, a lo largo de todos sus escritos, al placer de la lectura.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2017 Alianza
208
978-84-9104-869

Traducido del inglés por Eduardo Hojman

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Con el subtítulo una elegía y diez digresiones, Alberto Manguel reflexiona sobre la literatura, los libros y el arte a raíz de tener que desmantelar su última biblioteca, instalada en Francia, en un viejo granero de piedra del siglo XV. El autor creía que allí sus libros habían encontrado un lugar definitivo, pero finalmente tuvo que trasladarse a Canadá y embalar de nuevo su biblioteca. La colección está formada por unas 35.000 obras de estilos muy diversos. En ella, afirma Manguel, hay pocos libros con un valor de bibliófilo: una Biblia ilustrada del S.XII, un manual para inquisidores del XIV, algunas primeras ediciones o libros de artistas contemporáneos firmados; pero la mayoría son importantes porque tienen un valor personal, como, por ejemplo, una edición alemana de 1930 de los cuentos de los hermanos Grimm: “No recuerdo ningún momento de mi vida en que no haya tenido alguna clase de biblioteca”.

Probablemente, el título de esta obra está inspirado en el estudio análogo de W. Benjamin de 1931, “Desembalo mi biblioteca: el arte de coleccionar”, porque embalar y desembalar son dos caras del mismo impulso. Las dos acciones son un motivo para reflexionar sobre los libros, su creación y su historia; así habla de las lecturas de su infancia como los cuentos de Beatrix Potter, las de su adolescencia en la biblioteca pública de Buenos Aires (Sherlock Holmes, Julio Verne) y sus estudios sobre obras clásicas intemporales: la Odisea, Edipo, el Quijote, etc. Reflexiones que le llevan a los conceptos de sufrimiento, felicidad y arte, así como a desplegar sus vastos conocimientos sobre Literatura, Historia y Filosofía: “Los libros te pueden enseñar muchas cosas antes de que estas lleguen materialmente a tu vida”.

La última digresión de esta obra está dedicada a los diccionarios, ese objeto mágico dotado de poderes misteriosos. El diccionario guarda el pasado, las palabras de nuestros abuelos y tatarabuelos; y también el futuro porque alberga las palabras que algún día querremos utilizar. El diccionario responde a todas nuestras preguntas sobre palabras difíciles o desconocidas: “Son los ángeles de la guarda de cada idioma”.

Por último, cabe destacar una anécdota que recoge el autor en las últimas páginas de esta obra sobre sus conversaciones con Borges. Dice así:  mientras estudiaba las antiguas sagas nórdicas, Borges aprendió sus estructuras lingüísticas básicas  y recitaba el “padrenuestro” en la lengua de los antiguos habitantes de Gran Bretaña “para darle una sorpresa a Dios” (p. 156).