Después de su profesión de fe católica y de ser ordenado sacerdote en Roma, Newman (1801-1890) regresa a Inglaterra, a la ciudad de Birmingham, donde establece su Oratorio -institución sacerdotal fundada por San Felipe Neri-. En 1848 predicó un total de siete sermones u homilías en la catedral de la ciudad.
Años más tarde, en 1870, predicó en la iglesia del Oratorio la homilía que lleva como título Siervos y también hijos de Dios. Por último, en 1873, fue invitado a predicar en la inauguración del seminario de Olton, donde trató sobre La incredulidad en el futuro.
Newman no tiraba nada, y teniendo estos nueve sermones sin publicar hizo entrega de ellos a su colaborador, el P.Dessain, que los llevó a la imprenta después de la muerte de su autor.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2016 | Ediciones Rialp, S.A. |
140 |
978-84-321-4711-1 |
Colección Neblí, Clásicos de Espiritualidad |
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No es de extrañar que Newman,
No es de extrañar que Newman, que había sido un gran predicador durante su estancia en la iglesia anglicana lo continuase siendo una vez convertido al catolicismo. Leemos en la Introducción que procuraba fomentar en los oyentes la vida de oración y de intimidad con Dios (pág.18). "Nunca -les dice- entre en vuestra mente la idea de que Dios es un amo duro, severo" (pág.77), y advierte sobre la tentación de querer construir la vida espiritual apoyándose en las propias fuerzas: "Si confío en mí mismo fracasaré. Confío en Tí y sé que nunca me abandonarás ni olvidarás" (pág.125).
El predicador recuerda a sus oyentes cuál es el espíritu de la época. Al tratar sobre la parábola del sembrador, se refiere a aquellos que tienen el corazón tan endurecido que no son capaces de recibir la palabra divina: "Sienten desdén y odio a la verdad. Es terrible decirlo, pero vemos cuánta gente odia la doctrina de Cristo, se irritan ante la predicación de la palabra y la rechazan" (pág.102). E insiste: "Oís a la gente denigrar a la Iglesia, ridiculizar las cosas más sagradas, irritarse si se sienten mencionados; incluso se agitan cuando ven un sacerdote y divulgan las historias más falsas llevados de un profundo prejuicio" (pág.103). Nada que no podamos ver hoy en día.
Newman explica que todo es obra del diablo, el cual actúa a través de "nuestro orgullo y nuestra estimación, nuestro amor al dinero o a la comodidad, nuestro afán de ostentación y nuestra razón desviada" (pág.129). Ésta sinrazón lleva a "considerar el vicio como virtud, mientras el pecado se dignifica con palabras elegantes" (pág.134). Así hoy se llama "interrupción voluntaria del embarazo" o "derechos reproductivos" para designar a aquello que antes se realizaba en los prostíbulos por sujetos de dudosa reputación; la blasfemia se considera "libertad de expresión"; y la prohibición de los símbolos religiosos como "respeto a los no creyentes". El mundo al revés.
El sacerdote critica de sus contemporáneos "la curiosidad vana, la afición al escándalo, la palabrería, el curioseo sobre la vida privada de las personas, la curiosidad sobre desgracias, injurias e incluso sobre el pecado" (pág.138). En la actualidad existen canales enteros de televisión para tratar de estas cuestiones, y eso que entonces no existían la pornografía en la red o en las revistas. Pensemos si hoy los predicadores se atreverían a realizar las denuncias que realizaba el santo, con palabras sencillas, sin enfadarse, pero con fortaleza y caridad hacia sus oyentes.
No se trata de discutir ni de polemizar -advierte Newman: "Discutir está bien a su tiempo, pero no es lo principal. Lo importante es vencer las mentes, ablandar el corazón y mover la voluntad, según el ejemplo del Divino Señor, con ligaduras de amor, con caridad divina" (págs.120-121). Recomienda a los seminaristas de Olton "un conocimiento notable, preciso y completo de la teología católica", y añade: "Cualquier chico, bien instruído en el catecismo es, sin él sospecharlo, un auténtico misionero" (pág.61). Ambas cosas parecen haberse perdido en la actualidad, el estudio del catecismo por los niños y quizás el estudio de la teología peremne de la Iglesia. Termina el predicador poniendo a Santa María como ejemplo de fe, fortaleza y obediencia.
El nivel doctrinal de estos Sermones católicos, predicados hace dos siglos en la catedral de una ciudad cualquiera al común de los fieles, parece muy alto, incluso extraño, para los católicos de hoy en día, y requiere algún tipo de instrucción previa para entenderlos. La paginación señalada no corresponde a la edición de 2016 sino a otra anterior que es la que he utilizado.