La meta final de la vida humana es alcanzar la felicidad, vivir en "la Casa del Padre", que prometió Jesús a sus discípulos y, también, al Buen ladrón. Esa realidad misteriosa que todavía no hemos experimentado, es, sin embargo, algo que justifica los más íntimos deseos y esperanzas del corazón humano. Por eso, merece la pena meditar sobre el cielo y la vida que nos aguarda tras la muerte, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia.