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La humildad de amar

En el último libro de Jesús Montiel me encuentro con esta anécdota que me parece expresiva de lo que puede ocurrir en algunas familias: “Anoche, en el bar del barrio, una vecina me contó que ahora que sus hijos son mayores y la pequeña va a independizarse tiene miedo, siente vértigo al pensar los últimos años de su vida al lado de su marido. Sin la distracción de los hijos, enfrentados el uno al otro en el biombo de las obligaciones, descubrirán que son los socios de una pequeña empresa que ha producido algunos frutos y que ahora, una vez detenida la producción, el futuro se bifurcará como un río al que parte en dos un obstáculo insalvable. Mi amiga, dentro de su casa, ha elegido una pequeña terraza como lugar para estar a solas” (p. 21).

El móvil que cambió mi vida

Si lo pensamos un poco, pocas cosas hay que nos hayan cambiado tanto nuestro modo de vivir, de relacionarnos, de informarnos, como el móvil. Es un invento reciente y que ha influido decisivamente en todas las capas de la sociedad. Quizá una de las cosas que me sorprende es ver al pobre de la esquina, desarrapado y pidiendo una limosna, hablar por el móvil. No tiene para vivir, se supone, está en la miseria, viste fatal, pero tiene móvil.

Los niños y la lectura

Seguramente en no pocos momentos nos ha surgido la preocupación por las distracciones de los niños. En los tiempos que corren, como nos descuidemos, pueden estar imbuidos totalmente por la tecnología, sobre todo si hemos permitido que anden utilizando el móvil o tengan un ordenador a su disposición en cualquier momento del día. Pero es todavía más preocupante que haya padres a quienes no se les ha ocurrido que lo mejor para ellos (para los padres y para los hijos) es la lectura.

Crisis de Dios

Me parece que cualquiera de los que puedan leer estas líneas se dan cuenta de que vivimos en un mundo alejado de Dios. Salimos a la calle, entramos en el supermercado, vamos al trabajo, celebramos una reunión familiar, con padres, tíos y hermanos, vamos de viaje con unos amigos, y Dios no está presente. A no ser que lo llevemos nosotros. Vamos, como que no está muy de moda, a casi nadie le importa.

Educación en libertad

Si le digo a un amigo que tiene que educar a sus niños en libertad seguramente me dirá, sobre la marcha, “¿pero de qué me estás hablando? El niño necesita que sea un poco duro con él si quiero que aprenda, que sepa lo que cuesta la vida, si quiero que saque buenas notas”. Esto lo puede decir un padre responsable que quiere hacer lo mejor para el niño, pero que entiende poco. Luego hay otros padres que “no tienen tiempo” ni para esto ni para nada. O sea, a los niños que les eduque mamá, si es que tiene tiempo, o la chica, que vete tú a saber.

 

Sinceridad

“¿Cuál es uno de los carismas del noviazgo? Al tomar las cosas como son realmente, la respuesta que resulta sorprende a algunos: la verdad. El noviazgo es el tiempo de la verdad: ¡fuera todo! Si algo no te gusta ¡dilo! Si pretendes una cosa, ¡comunícala! El otro te dirá ‘¡Eres más tonta que tonta!’. Y os dejáis. ¡Optimo! Para esto es el noviazgo, para dejarse, si os debéis dejar. Lo digo mil veces: un buen noviazgo no es el que termina con el matrimonio, sino con la verdad. Si os tenéis que casar, adelante; si no os tenéis que casar, ¡es mejor descubrirlo cuanto antes!” [1].

 

Domingo, día del Señor

La palabra “domingo” viene de “Domínicus”, o sea, Señor en latín, y seguramente a cualquiera que le preguntáramos no tendría demasiado problema para decirnos que desde siempre ha sido un día para Dios, un día sagrado. Probablemente tenemos casi todos esa idea de fondo.

Humildad, virtud de dos

“¡El orgullo! Hay que desconfiar de él como de la más espantosa de las calamidades. Aunque hayamos vencido a todos los vicios, permanece inalcanzable, infiltrándose en nuestros más nobles pensamientos. Es tenaz, sutil y envuelve nuestra alma como la campanilla se enreda en la planta. Crece en el odio, pero también acompaña a la búsqueda de la perfección. Mientras que los demás vicios, por virulentos que sean, permanecen bien definidos y es fácil atacarlos de frente, el orgullo se desliza y confunde nuestra alma hasta el punto de dejarla  desconcertada. No creer más que en la propia miseria. Estas líneas pueden no estar bien escritas, pero son sinceras, y quizá ayuden a alguien. Pero ¿quién me asegura que no tienen a la soberbia como telón de fondo?” (p. 182).

Amor de abuelos

Cuando una persona mayor fallece, en el tanatorio o en el cementerio quienes más lloran, con diferencia, son los nietos. Los hijos suelen ser más conscientes de que su padre tenía una edad y mala salud y, por lo tanto, no ha sido ninguna sorpresa. Lo echarán de menos, el recuerdo de los padres siempre permanece, pero quienes lloran desconsoladamente son los nietos. ¿Por qué? Todos lo sabemos: los abuelos les han permitido a los nietos cosas que nunca consienten los padres. Les regalan cosas que nunca les regalarían en casa.

La delicadeza del amor

En el matrimonio es necesario cultivar constantemente el amor. Es decir, sería una equivocación grandísima pensar que, porque hemos tenido un noviazgo muy bonito, ahora ya está todo hecho. Más bien lo mejor que puede ocurrir en el matrimonio es que haya dos personas empeñadas en quererse cada día un poco más. Ese empeño mantenido durante años es la mejor manifestación del auténtico amor y, por lo tanto, lo más parecido al cielo.

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