Destructor de los dioses

 

En el reciente tratado del profesor de la Universidad de Edimburgo, Larry Hurtado, sobre el cristianismo en el mundo antiguo, hay una demostración clara de cómo el cristianismo fue un vigoroso oponente del mundo de los ídolos con los que coqueteaba la filosofía antigua y el pensamiento clásico.

Efectivamente, en la antigüedad los romanos tenían divinidades menores para todo; en las casas, en la vida corriente, en el mercado y hasta en el Senado. Las supersticiones inundaban la vida cotidiana. Para las deidades importantes, en cambio, estaba el Pánteon (71) donde todas tenían su lugar preciso y el culto preciso y debido (77).

Los cristianos se negaron a participar en el juego, pues sólo daban gloria a Dios. Estaban dispuestos a vivir y morir por Jesús (59). Es más, le daban culto exclusivo y ni por educación entraban a participar en esas supersticiones (82, 138).

En cualquier caso hablar de un Dios amor era muy llamativo para los paganos de su tiempo que no podían ni imaginar la posibilidad de que el hombre, criatura humana, pudiera hablar con su creador (98).

El cristianismo, por tanto, era mucho más que una mutación del judaísmo, o de una religión antigua. La plenitud de la Revelación que se había dado en Jesucristo, tal y como lo expresaban los evangelios era otro modo de vivir en la tierra (103). En ese sentido todo cambió después de la resurrección de Cristo (104). Es pues constante, desde entonces, la invocación al nombre de Jesús (110).

Respecto a las Escrituras y la liturgia de la Palabra en la santa Misa, hemos de hablar de algo clave pues en el Nuevo Testamento y en su predicación encontrará el cristiano el alimento espiritual (161, 168). La extensión de las cartas de San Pablo indica asimismo la importancia del nuevo género literario que habían inventado para  adecuar la escritura  al fin de la formación cristiana (176). Es llamativo el empeño en dotar a las comunidades de suficientes ejemplares de la Sagrada Escritura y, después, de los escritos de los Padres de la Iglesia para profundizar en ella (191)

Asimismo, los estudiosos se han detenido a considerar porque promovieron el uso del códice respecto al rollo que era lo que imperaba en ese momento. No sabemos si por conservación, trasladó o facilidad para copiar, o la suma de todos esos factores y alguno que se nos escapa (197).

En cualquier caso, la Revelación cristiana se fue extendiendo, encendiendo los corazones, cambiando las vidas y las conductas: la defensa del no nacido, la eliminación del infanticidio, la revalorización de la mujer, la persecución de la violencia y la eliminación del circo y la muerte de los gladiadores (223-224).  Es más, en las indicaciones que se dan “se espera que los creyentes mantengan ciertos criterios, y que la Iglesia en conjunto se implique a la hora de disciplinar a los cristianos que la violen” (228).

La catequesis de los padres De la Iglesia que se han conservado muestran unanimidad en la doctrina y en la vida moral que predican y exigen de los cristianos, con normas precisas “recibiendo la promesa de que el don divino los capacitará para llevar a cabo este esfuerzo en su conducta” (243). Hay muchas referencias a los sacramentos, a la oración y al ejemplo mutuo. Es verdad que hasta el siglo IV el grupo de catecúmenos que se preparaban para el bautismo eran pocos y contaban con la ayuda de la domus ecclesiae. También periódicamente eran probados y fortalecidos por el martirio y la persecución sin distinguir hombres de mujeres o pobres y ricos, jóvenes o ancianos (253)

 

José Carlos Martín de la Hoz

Larry Hurtado, Destructor de los dioses. El cristianismo en el mundo antiguo, ed. Sígueme, Salamanca 2017, 286 pp.