Diálogos fe y ciencia

 

La historia de las relaciones fe y ciencia entró en una fase de distancia y frialdad en gran parte de Europa, coincidiendo el desarrollo de la ilustración de corte deísta. Comenzó entonces una fase combativa, desconfiada, sobre todo por parte de algunos científicos que presentaron la ciencia convertida en cientifismo, es decir, convertida en orientadora y configuradora del sentido de la vida de los hombres.

Precisamente, en el interesante trabajo coordinado por Carlos Valiente Barroso, profesor de filosofía de la religión y neurociencia en el Centro Universitario Villanueva, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, acerca de las relaciones fe y ciencia, podemos encontrar páginas ilustrativas a esa cuestión mencionada.

Vamos, por tanto, a detenernos a estudiar la situación a comienzos del siglo XX, cuando comienza la reconstrucción de los puentes desde la fe hacia la ciencia, una vez que comenzaban a abandonarse los caminos del cientifismo.

Uno de los personajes importantes de la época fue nuestro más ilustre filósofo del siglo XX, José Ortega y Gasset quien puede considerarse el pensador que más influyó en nuestro país por dejar las conclusiones científicas, limitadas siempre, en su lugar, sin permitir al cientifismo decadente y atrevido dar pasos en falso y ni mucho menos permitirle ir más allá de los límites de su propio campo.

Es esa línea, vale la pena retener lo que señala Ortega, y es citado por uno de los prestigiosos autores del volumen que estamos comentando: “El prodigio que la ciencia natural representa como conocimiento de cosas contrasta brutalmente con el fracaso de esa ciencia natural ente lo propiamente humano” (109).

Los grandes pensadores del siglo XX en España ya habían empezado a acordonar a la ciencia y más adelante, irán a más con las terribles experiencias de dos guerras mundiales y la explosión de dos bombas nucleares, que manifestaron con toda crudeza el horror de una ciencia autónoma de la ética o de la antropología, es decir, desbordada del hombre en vez de servir al hombre.

También conviene leer las diatribas de Miguel de Unamuno contra los cientifístas y, sobre todo, contra Augusto Comte a quien denominaba el padre del clero científico, con sus rituales, dogmas y calendarios.

Terminemos recordando el error del cientifismo: “La esencia del reduccionismo se encuentra, precisamente, en la pretensión de racionalidad única y total, en el acto violento por el cual se diluye lo mas propiamente originario, constitutivo, y central de un determinado fenómeno ámbito o región de la realidad para trasladarlo a otra lógica heterogénea” (110).

José Carlos Martín de la Hoz

Carlos Valiente Barroso (ed.), Once teólogos ante el diálogo ciencia-fe. Reflexiones filosóficas a la luz de la revelación, Ediciones Guillermo Escolar, Barcelona 2018, 342 pp.