Dios en la historia del pensamiento filosófico

 

¿Dónde está Boecio? ¿Dónde está Eckhart? Busca y encontrarás en las líneas de este trabajo lo que deseas. Lo grandes pensadores, todos y cada uno, sólidamente enmarcados, situados en su tiempo, con sus aciertos y sus dudas.

Coreth logra, en este trabajo de madurez, lo que muchos han intentado a lo largo de la historia; la precisión y la sencillez para desentrañar los diversos sistemas filosóficos y los intentos de los grandes pensadores en torno a la teodicea, es decir, la búsqueda de Dios. Es decir la clave final de todo pensamiento. La clave de esta obra es lo que podríamos denominar el sentido de la existencia del ser humano: “la cuestión acerca del sentido remite ya a la trascendencia esencial del hombre” (338). La muerte es una experiencia primaria.

La metodología es clave para el éxito y esto aparece nítidamente en esta obra. Al final de cada período de la historia, el autor para, vuelve hacia atrás, retoma el hilo de la exposición hace balance y marca el camino.

Es más, una vez llegado a nuestros días, todavía rehace de nuevo el trabajo para sintetizar lo que podíamos denominar filosofía cristiana; sus trazos, sus logros, sus dudas y lagunas. Sin duda que el IV Concilio de Letrán, antes de la escolástica de Santo Tomás había alcanzado un pleno cuando señalaba: “No puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza” (DH 806).

Es interesante la importancia de la filosofía para expresar la teología y, a lo largo de estas páginas, se muestra ese fides quaerens intellectum de san Anselmo de Canterbury, que se va concretando en la relación tan estrecha de la filosofía y la teología hasta Descartes.

La búsqueda de Dios, del sentido de la existencia, es clave para el hombre, pues sin Dios nuestro ser queda sin sujeción, orden y sentido: “El hombre es trascendente y solo en la trascendencia hacia Dios encuentra el auténtico y definitivo sentido de su existencia” (340).

No es que el hombre haya inventado a Dios como afirmará Feuerbach, sino que, por el contrario,  ha sido Dios quien ha creado al hombre y cuando el hombre descubre la trascendencia, puede encontrar un Dios que colma su deseo de felicidad y aquieta su ansia de eternidad (348).

También en este trabajo, el autor con gran sabiduría muestra cómo los filósofos apuntan cuestiones que sólo son plenamente respondidas con la revelación cristiana. Así cuando hace referencia a Max Horkheimer de la escuela de Fráncfort y su anhelo de: “que la injusticia que tanto caracteriza al mundo, no tenga la última palabra, que el asesino no triunfe definitivamente sobre su víctima” (339), hay que recordar la palabra de Benedicto XVI en su segunda encíclica, en la encíclica Spe Salvi , al hablar de la importancia del juicio universal y, entre otras cosas, afirma que sucede para que todas las injusticias queden saldadas. Efectivamente, el día de nuestra muerte, en el juicio particular seremos juzgados delante de Dios y recibiremos en nuestro interior la íntima sentencia. En el juicio universal, todo queda saldado.

José Carlos Martín de la Hoz

Emerich Coreth, Dios en la historia del pensamiento filosófico, ed. Sígueme, Salamanca 2006, 396 PP.