El don de la libertad

 

Comienza Pinckaers, en el último capítulo de su obra, dedicada a nuestra materia, con una sencilla pero clarificadora cuestión, pues aparentemente conocemos bien nuestra libertad, pero la “libertad se sitúa siempre más allá de nuestras ideas y de nuestros actos como una facultad sorprendente de innovación y de cambio, pero también de destrucción y de contradicción” (420).

Precisamente, al estudiar la historia de la moral, el profesor Pinckaers, ha creído encontrar dos grandes concepciones de la libertad, que habrían dado origen a dos grandes sistematizaciones de la ciencia moral, así como a dos grandes líneas de trabajo: “las morales de la felicidad y de las virtudes, características de la época de los Padres y de los grandes escolásticos, y las morales de la obligación y de los mandamientos que predominan en la época moderna” (421).

El punto de inflexión, cree encontrarlo nuestro autor en el inglés Guillermo de Ockham (1245-1387) para quien el concepto de libertad de santo Tomás (1225-1274), basado en Aristóteles y en los Padres de la Iglesia, habría girado hasta convertirse en algo radicalmente distinto.

Así pues, nos recordará Pinckaers que Santo Tomás “había explicado la libertad como una facultad que procede de la razón y de la voluntad, que se unen para componer el acto de la elección, formado así por un juicio práctico y una volición” (423).

Inmediatamente, marca el cambio, pues señala que: “Ockham sostiene que el libre arbitrio precede a la razón y a la voluntad; es lo que las mueve a sus actos, pues puede elegir libremente, sostiene, conocer o no, querer o no. Para Ockham, el libre arbitrio es la facultad primera, anterior a la inteligencia y a la voluntad por lo que respecta a sus actos” (424).

Así pues, la diferencia está en que la libertad “ya no se define por el atractivo hacia el bien que se ejerce en el amor y en el deseo, como en santo Tomás y en los Padres; se presenta como una indiferencia radical de la que procede un querer puro, que es exactamente una imposición de la voluntad a sí o a otros” (425).

De hecho, con el paso del tiempo se harán más divergentes los caminos, pues para santo Tomás y los Padres: “la felicidad ya no consiste sólo en la virtud humana, entendida como cualidad subjetiva sino en la apertura al bien divino, a su realidad propia por un amor que viene de Dios mismo, gracias a Cristo” (428).  Mientras que para los nominalistas: “la libertad es, ante todo, la reivindicación del poder que posee el hombre de elegir entre cosas contrarias, a partir sólo de sí mismo, lo que se llamará la independencia o la autonomía, pero comprendida como rechazo de toda norma o ley que no venga de sí mismo” (433).

José Carlos Martin de la Hoz

Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 PP.