El ocaso de Bergson

 

Es muy interesante analizar, aunque sea someramente, el itinerario del filósofo judío francés, Herni Bergson (1859-1941), desde su momento estelar en los años veinte y treinta del siglo XX, hasta su ocaso definitivo, que sucedió inmediatamente después de la culminación de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

Había comenzado Bergson su carrera intelectual como profesor de filosofía en diversos centros escolares hasta incorporarse posteriormente al mundo universitario, con una plaza de profesor titular en la Escuela Normal y finalmente, como catedrático cuando el Colegio de Francia le concedió una plaza (1900). Recibió a lo largo de su dilatada vida intelectual, muchos títulos de reconocimiento como el de Académico (1901) y el Premio nobel de literatura (1927). Llegó a ser un profesor y un filosofo muy conocido no solo en Francia sino en toda Europa, Estados Unidos e Inglaterra, merced a su trabajo “la evolución creadora” (1907).

La actualidad del personaje, por el problema del tiempo, la ha puesto en pie, hace pocos años (2001) el famoso pensador polaco Leszek Kolakowski (1927-2009), exiliado en Europa desde 1968, con esta biografía esencial de Bergson cuya reedición deseamos comentar, aunque sea brevemente. Bergson fue recibido en su tiempo, según nos dice Kolakowski como un libertador de los cientifistas: “Su misión, tal como él la concebía, no consistía en urdir nuevas especulaciones, sino en permanecer fiel a lo que nos muestra la experiencia directa” (19).

Es interesante, lo que señalaba Kolakowski: “Decir que el tiempo es real supone decir, en primer lugar, que el futuro no existe en ningún sentido. (…). Para Bergson, la vida del universo es un proceso creativo, a través del cual algo nuevo y, por lo tanto, impredecible aparece en cada momento” (16).

Un poco más adelante volvía Kolakowski a traer a colación un texto clave de Bergson como si fiera el hilo conductor de su pensamiento: “Aun cuando todas nuestras facultades naturales de percepción y concepción, construidas según las necesidades de la acción, consideran que la inmovilidad es tan real como el movimiento (incluso la conciben como algo más fundamental y anterior a este, respecto al cual el movimiento sería un ‘añadido’), solo hallaremos una solución a los problemas filosóficos si, invirtiendo esos hábitos mentales, conseguimos percibir la movilidad como la única realidad dada. La inmovilidad no es sino una imagen (en el sentido fotográfico de la palabra) que nuestra mente toma de la realidad” (31).

Páginas después, añadirá Kolakowski: “La comprensión intuitiva que Bergson contraponía al pensamiento analítico parece abarcar varios fenómenos, entre los que la unión mística sería uno raro y privilegiado”. Pero, inmediatamente, añadía: “Bergson sigue la tradición nominalista: las abstracciones no tienen equivalentes en la realidad. En la medida en que sirven para aislar ciertas cualidades con fines prácticos, y para agrupar los objetos en clases, no son, estrictamente hablando, instrumentos cognitivos y no abren ninguna vía de acercamiento genuino a la realidad” (56).

José Carlos Martín de la Hoz

Leszek Kolakowski, Bergson, ed. Marbot, Barcelona 2019, 176 pp.