El Poder militar de Felipe II

 

Desde la primavera de 1556, en la que Felipe II había sido constituido gobernador del mayor imperio del mundo, su mirada y su visión se extendía a amplios y extensos territorios como los España, América, Inglaterra, los Países Bajos, el Franco Condado, el Ducado de Milan, y los reinos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña.

Desde entonces, Felipe II se sentía responsable no sólo de España como regente, sino como rey de tantos otros lugares y eso implicaba defender a la Iglesia Católica de sus enemigos, custodiar las tierras recibidas y, sobre todo, mantener la fe y llevar a la salvación a sus súbditos, pues debía dar cuenta a Dios y a su conciencia de todas sus obras.

A lo largo del tiempo y hasta su muerte veremos desarrollarse en el monarca todas las virtudes de un auténtico rey católico; hombre piadoso, prudente, audaz, fuerte, fiel a sus creencias y a sus principios, pero también celoso de sus privilegios, funciones y derechos. 

Respecto a la fuerza bélica y al uso de las armas, para las que también fue celosamente formado por su padre y tutores, el bautismo de fuego tuvo lugar poco tiempo de tomar posesión de sus dominios y de ser coronado como rey.

En efecto, ya desde 1555 el napolitano Gian Pietro Carafa, elegido papa con el nombre de Paulo IV había establecido una alianza con Francia y, poco después, en julio de ese año había excomulgado al emperador Carlos y a su hijo el príncipe Felipe, y les había reclamado para sí tanto el dominio del reino de Nápoles como el Ducado de Milan, el norte de Italia, que pertenecía a España desde siglos atrás y en donde por ser frontera con el imperio alemán era plaza importante.

Es importante este dato: el papa Paulo IV conformó una alianza con Francia y llamó a los reinos de Italia para expulsar a España de la península itálica, de Milan y de Nápoles: “se dio la paradoja de que quien más iba a luchar en defensa de la religión católica, el que iba a pasar a la historia como martillo de herejes, fuera a iniciar su reinado con una excomunión, como si de un vulgar hereje se tratara” (110).

Un año después, en la batalla de San Quintín del 10 de agosto de 1557, considerada como un auténtico milagro de la providencia, tanto por la desigualdad de las tropas, que fue interpretada como un favor de Dios a favor del nuevo monarca, como por lo sorpresivo del desarrollo del lance, que pareció una prueba de confianza divina llamada a fortalecerle en su defensa de la fe del pueblo cristiano (111).

Asimismo, contemporáneamente en Roma el Duque de Alba desplazado al efecto, comandó un ejército considerable, y lo llevó venciendo todas las resistencias a las puertas de la ciudad eterna el 27 de agosto de 1557. Tenía órdenes expresas de Felipe II de que no se repitiera el saqueo de Roma de 1527, por lo cual sólo debía cercar la ciudad y bombardear las murallas. Efectivamente, el 14 de septiembre el papa Paulo IV rendía la plaza sin condiciones.

El 3 de abril de 1559, los embajadores de España, Francia, Inglaterra y Saboya se reunían para la solemne firma del tratado de Cateau-Cambrésis en aquella localidad francesa. Un acuerdo entre Francia y España histórico pues cambiará completamente la situación de cien años casi consecutivos de disputas.

Lo que será un cambio de paradigma con el papa y con Francia, se estropeará con Inglaterra, pues aquella joven cortesana Isabel protegida por la reina María, a quien el rey Felipe II se ofreció a esposar y a aconsejar, se convirtió en una soberana anglicana celosa de su poder y fuerte para defender la nueva iglesia cismática en el Reino Unido. De hecho, Felipe II sostendrá y formará al clero católico inglés, formado primero en los Países Bajos y luego, en Valladolid y Sevilla, para partir a las islas y morir mártires de la persecución religiosa y de la inquisición de la reina Isabel.

El otro gran campo de batalla serán los protestantes en los diversos reinos de Europa y las rebeliones de los Países Bajos que culminarán con la expulsión de España de unas tierras tantos años gobernadas y cuidadas.

José Carlos Martin de la Hoz

José Miguel Cabañas, Breve historia de Felipe II. ed. Nowtilos, Madrid 2017, 316 pp.