El protestantismo y el cometa

 

En el interesante trabajo del historiador alemán Philip Blom (Hamburgo 1970) centrado en cambio climático que tuvo lugar en el siglo XVII y que afectó a toda la vieja Europa central y, especialmente, a los Países Bajos y en Inglaterra, nuestro autor hace referencia a cómo la religión y el miedo ante lo desconocido se dieron la mano en aquellos momentos de dificultad.

Por ejemplo señalará a propósito de un cuadro de esa época que refleja “una naturaleza muerta típica de la época pintada en 1668, muestra una mesa de mármol gris con el borde ligeramente dañado, encima de la mesa, objetos de la ida cotidiana del siglo XVII: un ramo de flores, una botella redondeada de aqua vitae, cartas, un libro de cuentas junto a otros libros, un globo celeste, un reloj de arena, un bote de jengibre haciendo las veces de tintero, dos libros, un portamonedas v una calavera. El mensaje que el cráneo sin dientes envía al observador no había sido realmente necesario: el cuadro habla de la fugacidad” (177-178).

Efectivamente, el cuadro de Maria van Oosterwijck (1630-1693), soltera, pintora muy religiosa calvinista y noble, puso en acento en sus cuadros de la fugacidad de la vida, aunque los ingenieros de su tiempo se empeñasen en reconstruir los diques y devolver a la ciudad de Amsterdam su belleza original (179).

No podemos tampoco olvidar que en aquella época del verano de 1680 hizo su aparición la inquietante figura de un cometa en el firmamento, que finalmente paso de largo sin afectar al planeta tierra, pero que al producirse coincidiendo con una época como la de aquella glaciación, mostraba y producía una preocupación más, para los supersticiosos habitantes del lugar.

De hecho, los trabajos sobre el cometa redactados por Pierre Bayle (1647-1705), tuvieron gran éxito, entre otros motivos, porque nunca se manifestó en público como anticatólico pero sus obras y sobre todo su enciclopedia así lo manifiestan. Que era un escéptico, sí era conocido, pero su ateísmo lo mantuvo en el secreto más profundo de su ser. Mientras tanto, él llamaba, como lo hacía la Iglesia católica, a sacudirse la superstición y a reírse del capricho del cometa (181-185).

Efectivamente, al frio que venía llegando sistemáticamente a estas tierras y que provocaba hambrunas, destrucción de las cosechas, familias arruinadas, cambios de hábitos de vida, misticismos y desconfianza en Dios, se le vino a sumar, la aparición de un desconcertante cometa que producía desconcierto, miedo y temor hasta que desapareció.

Precisamente, por la incoherencia de fe y vida venían esas dudas y vacilaciones de los hombres y mostraban todavía una inconstante falta de confianza en Dios que les devolvería la paz al instante.

José Carlos Martin de la Hoz

Philip Blom, El motín de la naturaleza. Historia de la pequeña Edad del Hielo (1570-1700), así como del surgimiento del mundo moderno, junto con algunas reflexiones sobre el clima de nuestros días, ediciones Anagrama, Barcelona 2019, 343 pp.