En el centro del alma

 

En el centro del alma, afirmaba el maestro Eckhart, es donde se producía el anudamiento entre el alma del cristiano y la gracia del redentor y, por tanto, el cambio profundo y radical de perspectiva que hace que nuestra vida sea plena. El fruto de la nada, que diría Eckhart, es recibir el todo de nuestro Dios, pues quien se vacía de si puede albergar al creador, no al estilo panteísta espinociano, sino de colmatación.

En ese sentido al releer la obra clásica del cardenal francés Henri de Lubac, acerca de la Iglesia, recientemente reeditada por ediciones Encuentro, se encuentran páginas bellísimas de la llamada personal de Cristo a su servicio, a trabajar con él en la aplicación de los méritos de la redención, a convertir el fondo del alma en un haz de flechas, de relaciones exteriores, pues la relación con un Dios personal implica la amistad con millones de personas.

Un corazón centrifugo (277) tal y como lo define De Lubac parece contradictorio cuando el corazón precisamente señala la intimidad divina y eso quiere decir donación total, sin mediación alguna. Nos atrapa hacia sí en nuestro propio interior como afirmaba san Agustín.

Es preciso interrogar a la historia de la Iglesia, a la historia del amor de los santos, para que nos manifiesten los testimonios de sus complicidades divinas, pero para poder interrogarles hay que saber hacerlo: desde la donación incondicionada (281) y desde la radicalidad de la llamada.

De hecho, de Lubac empieza a recorrer la historia de la mística cristiana y a narrar los encuentros personales, íntimos y cómplices de los santos: san Pablo, Pascal, san Ignacio, Newman: “God and my self” (283).

Lógicamente, como no podía ser de otra manera, en ese recorrido de la vida de intimidad con Dios aparece la Santa Cruz. Como diría san Josemaria: “a veces la cruz aparece sin buscarla, es Cristo que pregunta por nosotros”. Pero también y es el caso que nos ocupa: “cualquiera que sea el dominio a donde le haya conducido su reflexión, el cristiano siempre es llevado, como por un peso natural a la contemplación de la cruz (303).

Inmediatamente, nos hablara de identificación con los sentimientos de Cristo en la cruz, que es identificarse con los cuatro fines de la misa: alabar, agradecer, pedir y reparar. Pues esa es la doctrina que se colige sencillamente de los padres de la Iglesia.

El humanismo cristiano viene a decirnos debe ser un “humanismo convertido” (304), pues solo hay una fraternidad definitiva en una común adoración: “Por Cristo moribundo en la cruz, se renuncia y muere la humanidad entera que él lleva en sí. Pero este misterio es todavía mas profundo. El que llevaba en si a todos los hombres estaba abandonado de todos” (305).

 José Carlos Martín de la Hoz

Henri de Lubac. Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, ediciones Encuentro, Madrid 2019, 403 pp.