Hace unos días estuve en el Colegio Senara, en el madrileño barrio de Moratalaz, impartiendo varias sesiones a alumnas de diversos cursos sobre diferentes temas de actualidad, y, en definitiva, disfrutando con el contacto directo con la gente joven.

A la salida, una profesora me entregó un número de la Revista Quercus, editado en junio de este año, en el que se auto denomina la “Revista decana de la prensa ambiental” y está dedicado como rezan sus titulares a “Observación, estudio y defensa de la naturaleza”.

El motivo de entregarme la revista no era sólo aportarme una publicación magníficamente editada, para que como geólogo disfrutara con cuidadas fotografías de animales y paisajes, con un papel de categoría y llena de firmas de biólogos, paleontólogos y, en definitiva, primeros especialistas de Adena, sino en particular por un artículo concreto que deseaba que leyera.

En efecto, uno de los colaboradores de la revista redacta en artículo denominado: “La conjura de los curas” (pp. 9-10),  en el que en un tono bastante sarcástico comenta como cuatro grandes especialistas en Ciencias Naturales y, a la vez, hombres de fe, se reunieron en 1925 en los alrededores de la mítica cueva de Altamira para redactar un largo memorial con argumentos de peso científico y hacérselo llegar al papa Pío XI y , de esa manera, evitar una condena radical por parte de la Santa Sede de la hipótesis de la evolución.

El autor termina su artículo afirmando: “fue así como el catolicismo consiguió, no la censura de la evolución, que habitualmente y con cierta razón se le achaca, sino, justo, al contrario, evitar que esa censura llegara a producirse” (10).

Evidentemente, la Iglesia había aprendido ya, no sólo con el Caso Galileo, que el método científico debía seguir su camino y separarse del método teológico y, por tanto, respetar sus caminos y esperar que, como ya ha sucedido, las relaciones fe y ciencia, se normalizaran buscando ambos la verdad cada uno por sus sendas propias.

Efectivamente, el mismo autor de la fe y del mensaje de salvación es el creador de la tierra y su conservador, por tanto, no puede haber contradicción entre los resultados de la fe y la ciencia. Si lo pareciera en algún momento había que repasar el razonamiento para descubrir donde estaba el error.

Hace muchos años que Pío XII publicó la encíclica “Humani generis” (1950) donde, una vez más señaló que en materias de la creación del hombre deben sostenerse dos verdades de fe; Dios intervino en el curso de la historia e infundió el alma a nuestros primeros padres. Todo lo demás sobre la explicación científica no deja de ser una hipótesis interesante. Así pues, cada uno debe trabajar con respeto al otro.

José Carlos Martín de la Hoz