Hace unos años el profesor Lorda recogía en un pequeño ensayo tres conferencias pronunciadas ante un público culto, sobre la fe y las virtudes teologales en general. Entre otras cuestiones, recordaba que la esencia del cristianismo es Jesucristo y que cuando el cristiano se encuentra con Jesucristo y convierte su vida en su seguimiento, descubre la verdad sobre Dios, el mundo y la naturaleza.

Es más, gracias al cristianismo, imperó el realismo en la visión de la vida frente a los extendidos mitos paganos: "El mensaje evangélico ha desmitificado el mundo: ha despojado a la naturaleza de los resortes misteriosos que, durante milenios, ha visto en ella la humanidad. La ha convertido en una criatura de Dios y la ha puesto por debajo del hombre. Este no debe adorar la naturaleza ni sus fuerzas, aunque a veces le superen. Debe intentar dominarlas o, al menos protegerse de ellas. Solo debe implorar y adorar al creador, al Dios trascendente, que no se confunde con ninguna fuerza natural. Con ese desencantamiento del mundo, el cristianismo desterró todos los ritos ancestrales y vació completamente de sentido la mitología clásica grecorromana, hasta convertirla en un mero recurso literario" (192).

Prueba del realismo con el que vivían los primeros discípulos de Jesús, es que no tuvieron vergüenza en mostrar la cruz salvadora de Cristo, que era, como refiere san Pablo, locura para los gentiles y escándalo para los judíos, como el signo del cristiano: "La cruz pasa así de ser un patíbulo ignominioso, a ser la señal de la victoria de Cristo. Cristo resucitado representa el futuro de la humanidad salvada. Es el signo alzado en medio de la historia al que hay que dirigirse para encontrar la salvación" (193).

Los mitos han sido superador por el hecho histórico de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo: "Mientras las grandes religiones cuentan mitos intemporales, el cristianismo da testimonio de unos acontecimientos singulares que forman parte de la historia humana. Lo que en otras religiones es puro símbolo, aquí también es una realidad. El acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, es, por eso, el punto central de la historia humana y la clave de todo su argumento. Todo está llamado a renovarse con Cristo" (194).

Al terminar el ensayo al que nos estamos refiriendo, el profesor Lorda nos recuerda cómo la fe se hace cultura, y es que "el Evangelio siembra un conato de civilización en este mundo" (211) que ha de ser desarrollado por los cristianos en libertad y en comunión fundada en la caridad, la justicia y el bien común.

De ahí la importancia de llevar la buena nueva hasta los confines de la tierra pues "el mensaje de Jesús tiene tanta fuerza hoy como cuando lo difundió por primera vez en aquellas tierras de Palestina. Las circunstancias históricas, aunque varían, nunca han sido especialmente favorables. Porque la naturaleza humana –la nuestra también- está añada por el pecado y se resiste a ser salvada. También es lo que más desea en el fondo del alma" (213).

José Carlos Martín de la Hoz

Juan Luis Lorda, El fermento de Cristo, La eficacia del cristianismo, ed. Rialp, Madrid 2003, 222 pp.