Felipe II y la reforma de la Iglesia

 

La principal aportación del rey Felipe II (1527-1598) a la reforma de la Iglesia, consistió en procurar que se aplicaran los decretos y documentos del Concilio de Trento (1545-1563) en sus dominios lo que, dicho sea de paso, era algo esencial, pues durante su reinado, las tierras donde la Iglesia Católica era mayoritaria entre la población, coincidían con sus reinos que recordemos eran tan amplios y en tantos continentes que verdaderamente no se ponía el sol.

Además, merced a la paz que mantuvo durante su reinado con los monarcas franceses, prácticamente durante todo el tiempo de su gobierno, cooperó sin duda a lograr que la nación vecina se mantuviera fiel a la Iglesia y no cayera en el calvinismo.

También Felipe II intentó el regreso de Inglaterra a la Iglesia Católica, primero con una boda de conveniencia con la reina María para sustentarla, sustentando y preparando clero inglés para que pudiera ir  a trabajar a Inglaterra y finalmente, llegó a pensar en una invasión, lo  que hubiera comprometido sus escasas fuerzas militares ya agotadas solo en tareas defensivas de tan vastas tierras.

Asimismo, respecto a la importancia del Concilio de Trento, hemos de recordar con  Enrique García Hernán que los abundantes trabajos publicados desde la famosa historia del concilio de Jedin, nos hace reconocer que hay que rebajar las exageraciones sobre la influencia real de Trento y de los jesuitas durante su desarrollo, y, en cambio, habría que engrandecer la importancia de la corriente de la Reforma Católica de la Iglesia en España, que fecundará mediante los españoles presentes al Concilio de Trento y que actuará, después, en la aplicación de los decretos.

En Efecto, la pregunta qué se plantea García Hernán es que hubiera sucedido si no hubiera habido Concilio de Trento, para él la respuesta es clara, pues afirma que “Había fuerzas superiores anteriores al Concilio y que sobrevivieron sin él, corrientes espirituales que ni participaron en Trento ni recibieron su legado inmediatamente después. Esta cultura había echado raíces en Europa y fuera de ella, formando una corriente espiritual, especialmente en España y América, que había nacido con el cardenal Cisneros y que sobrevivió a las restricciones de la Inquisición gracias al ingenio de mujeres y hombres como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz” (Enrique García Hernán, El Concilio de Trento, en Revista de Libros 192 (2014)).

En realidad, en mi opinión, lo que había en España más que una teoría o un cuerpo de doctrina cisneriano, era un ambiente, una determinación y una radicalidad de reforma. Es más se puede hablar de una sucesión concatenada de reformas: la reforma de las órdenes religiosas regresando a la primitiva regla, la reforma del clero secular, la reforma del episcopado merced a la residencia episcopal y dedicado a la cura de almas en su diócesis y al cuidado del seminario, la reforma de la teología, de las universidades y, finalmente, de la espiritualidad. Verdaderamente se puede afirmar que de una teología fuerte procede una espiritualidad fundada. La pléyade de santos y la riqueza de la mística castellana tienen, indudablemente su sustrato en la reforma de la teología en la Escuela de Salamanca y desde la Escuela de Salamanca en tantos maestros de teología formados allí.

Los textos que aporta la Historia del Concilio de Trento de O’Malley recogen parte de ese espíritu que llega a Trento en la vida y en la teología de los teólogos y obispos reformados en España (117). Especialmente importante tiene la llamada cura de almas y la residencia de los obispos en sus diócesis (257-259).

Hemos de recordar el catecismo de párrocos, publicado en latín en octubre de 1566 en Roma, que resumirá magníficamente la doctrina católica renovada en Trento y en cuyas expresiones está claramente reflejados, literalmente, los escritos de Domingo de Soto y el catecismo de Bartolomé de Carranza, ambos dominicos españoles de la escuela de Salamanca y ambos teólogos imperiales en la primera etapa del Concilio. Que la traducción al castellano tarda en publicarse, no es obstáculo en una cultura teológica que pensaba y escribía en latín.

José Carlos Martín de la Hoz

John W. O’Malley, Trento. ¿Qué pasó en el concilio?, ed. Sal Terrae, Santander, 2015, 327 pp.