Si todas las encíclicas de los Romanos Pontífices son siempre una motivo de gozosa recepción para el pueblo cristiano y tantas almas para quienes el Papa y la Iglesia son una guía moral para su actuar, en esta ocasión el gozo es mayor pues se trata de una Encíclica social sobre el amor universal y la caridad como motores definitivos de la paz y de la esperanza del mundo.

En efecto, este documento del Santo Padre es el cruce de dos parábolas del Señor. Por una parte "la parábola del dueño de la Viña" quien sale a lo largo del día a la Plaza a buscar trabajadores para su viña y conviene con ellos un magnífico premio; un denario, es decir la plenitud del gozo del cielo. Es conmovedor ver al Santo Padre Francisco, volver sobre primeros momentos de su Pontificado cuando quiso denominarse Francisco, como "el santo poverello" de Asís, paras invitar a los hombre a vivir la caridad en grado heroico. Es, decíamos, conmovedor, verle salir a lo largo de su Pontificado una y otra vez a volver a invitar a los cristianos de toda clase y condición a vivir en plenitud el mandamiento del señor: "Amaos unos a otros como yo os he amado". Seguramente habrá, por tanto, nuevas invitaciones.

La segunda parábola clave de esta encíclica, a la que el Santo Padre dedicará mucho espacio y que estará presente desde la primera línea hasta la última, es "la parábola del buen samaritano", pues Cristo en esta parábola deseaba expresar lo que debía ser el amor al prójimo y hasta que extremos y delicadezas hemos de empeñarnos en vivirla con todos y en todas las etapa de la vida y en todo los países y circunstancias.

Hay, además, tres acentos que me han parecido brillar en esta Encíclica. El primero el tono alegre, propio de San Francisco de Asís, en cuya tumba firma la Encíclica y a quien ha tenido presente siempre al mostrar incansablemente que solo el amor al prójimo nos realiza como personas, construimos el mundo y la Iglesia: "La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos" (183).

En segundo lugar, el Santo Padre ha deseado que sea una Encíclica ecuménica, suscribible por los cristianos separados y por todos los que se dirigen a un Dios único, pues para el papa construir juntos un nuevo mundo mediante la caridad heroica es el verdadero y más profundo Ecumenismo, pues de hecho, los creyentes somos constructores de la caridad y de la paz, pues es incompatible religión y violencia: "Las convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten «reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto" (283).

Finalmente, surge de lo más hondo del corazón del Papa, el problema de la emigración y del descarte social. Es pues esta encíclica un aldabonazo a las conciencias de los gobernantes, de las ONG, a seguir trabajando por la dignidad de cada persona humana y por el arte de la amabilidad: " Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa" (224).

José Carlos Martín de la Hoz

Bergoglio, Jorge Mario (Papa Francisco). Frattelli tutti. Ed. Palabra 2020.