Globalización del descanso

 

La globalización de la cultura, de las relaciones económicas y personales, son ya una característica de nuestra nueva civilización occidental a la que hemos visto acelerarse y consolidarse en muy pocos años y a la que todavía le falta completar la formación de una sola sociedad en un solo planeta, que sea fruto de una emigración habitual y ordenada, normal, de las clases medias, con la gratuidad y estabilización de internet y  de las redes sociales con el inglés, castellano y chino como lenguas mayoritarias.

Verdaderamente vamos, dentro de la globalización mundial, hacia una Europa de los pueblos con intereses comunes, pero con algunos matices específicos, restos de los antiguos países, pronto convertidos, en pueblos, que aportarán un mayor atractivo a los destinos turísticos o las relaciones humanas y profesionales, como antes lo hacían los acentos o diversas maneras de hablar los idiomas  o aquellas costumbres más o menos singulares como pueden ser ahora la tomatina de Buñol o los sanfermines de Pamplona.

Una de las grandes ventajas de la globalización es que rompe las distancias en las desigualdades Norte y Sur, acelera el crecimiento de las clases medias y, sobre todo, introduce una lucha efectiva por la honradez, pues el común sentir de los hombres, clave para muchos comportamientos sociales terminará por imponerse: no se consolidan las costumbres raras o antihumanas.

Asimismo, la globalización es un buen antídoto frente al pensamiento líquido o fugaz sin asiento, ni fin, ni felicidad colmada. La globalización culmina con mayores tiempos para la serena actividad, para la contemplación del arte y la cultura.

Si Tomás Moro reeditara su famosa utopía o modo de organizar una sociedad justa y solidaria, copiaría, sin duda, algunas de nuestras adquisiciones culturales, como la siesta, el tapeo con los amigos y las interminables conversaciones telefónicas y la constante búsqueda de la belleza en todo, pero desde luego criticaría la instantaneidad con la queremos todo, el zapping en la tele o las series y las excesivas prisas a la hora de circular por la ciudad.

Desde luego el análisis profético del sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), acerca del pensamiento líquido y de la falta de fijación para todo, como si fuera un revival del análisis de aquel viejo pensador griego Parménides: “panta rei”, todo fluye, todo es movimiento, parece saltar por el aire en cuanto encontramos un momento para tomar un café con los amigos, hablamos con nuestros seres querido o dedicamos un tiempo a nuestra formación personal con la lectura, o simplemente nos detenemos en un momento de oración. Enseguida llega la serenidad y la paz.

José Carlos Martín de la Hoz

Zygmunt Bauman, Vida líquida, ed. Paidós, Barcelona 2017, 206 pp.