Guía de la comunidad

 

Entre las muchas cuestiones importantes y de máxima actualidad, que se abordan en el manual de iniciación teológica, recientemente publicado por ediciones Palabra y que trata acerca del tratado del ministerio sacerdotal, magníficamente redactado por los profesores Miguel Ponce Cuéllar y Nicolás Álvarez de las Asturias, deseamos detenernos en todo lo relativo a la importante función del sacerdote como guía y pastor del pueblo cristiano.

Efectivamente, ya en la sección final del manual que estamos comentando brevemente, se refieren nuestros autores a la evangelización, es decir, a la extraordinaria liberalidad con la que Dios habla al mundo y a los corazones de los hombres, bien indirectamente por la vida y el ejemplo de los cristianos, o bien directamente por los testimonios escritos y de palabra donde se contienen los misterios de la revelación o por la acción de los milagros de la gracia. Veamos como todo puede decirse en una sola página.

Comencemos por recordar, con san Pablo, que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim, 2, 3-4). Se hace el encontradizo, se cruza descaradamente en el caminar de los hombres.

Y, por tanto, nos recuerdan los autores de este manual que “El ministerio de la Palabra lleva consigo el ejercicio del pastoreo al establecer la comunión entre los que la acogen, porque la palabra une a los que la aceptan, formando una comunidad de fe”. Todos quedan admirados y atrapados por la Verdad.

Por tanto, ese mensaje único, impacta, se atesora, se interioriza, y, finalmente, no puede menos de vivificarse, contagiarse a otros y ser trasmitido de boca en boca: “de hecho, si el Evangelio de Jesucristo es uno, solo puede recibirse verdaderamente en la unidad de los corazones”.

Inmediatamente, señalarán, nuestros profesores: “El primer servicio a la unidad de la comunidad cristiana es el anuncio del evangelio y, por eso, los apóstoles, en cuanto testigos de la Palabra hecha carne y primeros transmisores de ella, son el fundamento irrenunciable de la Iglesia de todos los tiempos y punto de referencia de la unidad eclesial”.

Enseguida, añadirán nuestros autores, el servicio de los sacramentos; instrumentos para dar la gracia que significan: “Junto al anuncio del evangelio, el cargo de velar por la Iglesia se ejerce a través de la celebración de los sacramentos, pero la comunión entre los fieles se expresa de múltiples modos y va asociada a otros carismas diferentes”.

Finalmente, señalarán con suma elegancia: “La imagen del pastor, que debe velar por el conjunto del rebaño, es utilizada para expresar esta responsabilidad aludida de ‘dirección y presidencia’” (149). Discretamente, por nunca el discípulo es más que el maestro, ni en el cristianismo le sustituye: el único maestro es el Señor.

José Carlos Martín de la Hoz

Miguel Ponce Cuéllar-Nicolás Álvarez de las Asturias, Llamados y enviados. Una introducción a la teología del sacerdocio ministerial, ediciones Palabra, Madrid 2019, 189 pp.