Historia de la verdad

 

Dentro del último libro publicado, aunque sea póstumo, del original pensador inglés Isaiah Berlin (1909-1997), acerca de la historia de las ideas del siglo XX, no podía faltar una referencia al peligro de los nacionalismos exacerbados en la amplia y difícil tarea de construir la unidad europea.

Dentro de ese combate por la unidad de Europa, subraya Berlin la importancia de la razón y la defensa de los valores importantes unificadores como la religión, la lengua, la cultura y algunos tan profundos como el amor a la verdad. Es interesante recordar que en pleno siglo XX: “hasta los que no creían ni en la inmortalidad ni en Dios estaban dispuestos a padecer y morir por la verdad, siempre que estuviesen completamente seguros de que era la verdad; pues hallar la verdad y vivir de acuerdo con ella era sin duda el objetivo fundamental de cualquiera capaz de perseguirlo. Esta era la fe de los platónicos y de los estoicos, de los cristianos y los judíos, los musulmanes y los deístas y los racionalistas ateos. Las guerras por principios y causas, tanto religiosas como seculares, en realidad la vida humana misma, habrían parecido absurdas sin estos supuestos, los más profundos de todos” (217).

Inmediatamente, Berlin se detiene a explicar cómo la perspectiva moderna surge con la quiebra de esa piedra angular que era la verdad objetiva y la búsqueda incesante de la misma por parte de todos.

Lógicamente, para los ilustrados la mera observación, la experiencia, bastaría para encontrar la unidad perdida del genero humano con la única verdad universal, convertida en la verdad aquí y ahora para este tiempo y lugar: “los especialistas en cuestiones morales pasarían a ser científicos o técnicos en vez de sacerdotes o sabios metafísicos. Pero la prueba de lo que era correcto seguía siendo la verdad objetiva que seres racionales podían descubrir por sí mismos” (218).

Seguidamente, se retrotrae al romanticismo del XVIII en Alemania, para señalar que entonces se consideraba muy digno y encomiable morir por un ideal, aunque fuera falso, mientras parece que actualmente en el pensamiento relativista no parece así: “el modelo de la ética y la política ha pasado bruscamente de la analogía con las ciencias naturales o la teología, a cualquier forma de conocimiento o descripción de hechos, a algo elaborado a partir de los conceptos de objetivos e impulsos biológicos y de los de la creación artística” (223).

Parta terminar de revisar ese itinerario hacía la pérdida del concepto de verdad objetiva en el pensamiento débil contemporáneo, Berlin se va a referir a la lucha entre los ideales políticos de liberales conservadores y de los liberales progresistas en el siglo XIX, pues explica muy bien las luchas intestinas, siendo en el fondo un único sistema de pensamiento, aunque lógicamente en unos pesaba más la importancia del orden y la conservación del bien común, mientras que a los progresistas les importaba más una libertad sin trabas, creativa, aunque saltaran a veces las cosas por el aire (232).

José Carlos Martín de la Hoz

Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad. Capítulos de historia de las ideas, ediciones península, Barcelona 2019, 413 pp.