La actualidad de la ética de la economía

 

La reciente publicación del minucioso trabajo de investigación del profesor de la Universidad Politécnica de Nueva York Michael Thomas de D’Emic (Lexington books, 2014), sobre la visión de la economía de mercado en los autores españoles del siglo XVI, y en concreto, acerca de dos de los autores escolásticos relacionados con la llamada Escuela de Salamanca,  que publicaron trabajos sobre los contratos y en general sobre los mercados, ha vuelto a poner de manifiesto la perenne actualidad de aquellos teólogos y filósofos que supieron adelantarse a la visión económica de su época sobre el dinero, el mercado, los contratos, merced a una antropología fundamentada en la dignidad de la persona humana y la honradez de cristianos.

En efecto es muy importante, volver a releer a Cristóbal de Villalón, y a otros tantos sacerdotes seculares y religiosos del momento cuando ilustran a los sacerdotes de su tiempo sobre cómo aconsejar en la dirección espiritual y en general en la vida cristiana a los mercaderes, agentes de cambio y prestamistas, de su tiempo.

Son autores que redactan sus trabajos pensando en la santidad, en la salvación de los cristianos que trabajan en la vida económica del país, y precisamente porque nacieron en el clima del humanismo cristiano, con valores propios de la dignidad de la persona humana que tienen un valor perenne en nuestra civilización occidental.

Es interesante que muchos de los autores que se citan en este trabajo del profesor D’Emic sean sacerdotes diocesanos, seculares, pues se trataban de párrocos o religiosos dedicados a la cura de almas en aquel periodo de la historia donde la mayoría de los mercaderes como la mayoría de la sociedad era cristiana practicante. La primera conclusión es que pueden salvarse y contribuir al bien común de la sociedad.

Asimismo, hemos de recordar desde el principio que desde el Concilio Lateranense IV (1215), la Iglesia había instituido como mandamiento una realidad muy querida por los cristianos desde el comienzo de la Iglesia: la necesidad del alma de comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo para poder alcanzar la identificación en el amor que comienza a darse desde el bautismo, cuando el cristiano recibe la gracia sacramental, la gracia santificante y el carisma indeleble.

Ya el apóstol san Pablo había dejado por escrito otra tremenda realidad: la necesidad de confesar los pecados y recibir la absolución sacramental para poder recibir dignamente el sacramento de la eucaristía: “si alguien recibe indignamente recibe su propia condenación”. Así pues, al menos una vez al año, al menos por Pascua Florida recibían el sacramento de la confesión y la comunión sacramental de manos de su párroco o de un sacerdote. Muchos otros lo hacían con mayor frecuencia, varias veces al año y también se daba el caso de personas a quienes era moderado su uso por el propio confesor, con el objetivo de evitar caer en la rutina o en el acostumbramiento.

José Carlos Martín de la Hoz