La belleza de la creación

 

En la historia del pensamiento, destaca en el siglo XV la figura del filósofo y teólogo Nicolás de Cusa (14101-1464), considerado por muchos como el pensador que marca el cambio entre el medievo y la modernidad.

No en vano este cardenal legado de la Santa Sede, trabajó activamente por evitar la caída de Constantinopla en manos de los turcos, y se empeñó de palabra y por escrito en lograr el fin del conciliarismo y el aminoramiento del nominalismo.

Al final de su vida, después de tantos años de trabajo intelectual, de oración y de servicio a Dios, el cardenal Nicolás de Cusa decidió redactar un trabajo nuevo para animar al hombre a salir a la caza de la sabiduría, a la búsqueda de ella, para comerla como el manjar más exquisito, para gozar de ella, para llenarse sin saciarse y para disponer su alma para el vuelo definitivo hacia la eternidad.

El punto de arranque de este trabajo, como no podía ser de otro modo, es la contemplación de la  belleza de la creación, pues esta sólo habla del creador. Así tomando pie del libro de Diógenes Laercius, muestra cómo los filósofos de toda la historia han obrado igual que él y siguieron la ruta exacta de partir de lo creado para llegar al creador.

Como señala el profesor Álvarez en su certero comentario: “preguntar por el artífice del mundo es preguntar por algo que no es ajeno al mundo, sino constitutivo del mismo. Y preguntar por el mundo es preguntar por Dios sin que esto sea salirse del ámbito de la pregunta. Esto es algo que tiene una especial intensidad en el caso del Cusano, sobre todo si se toma en consideración el concepto De Dios como lo no-otro respecto de ninguna cosa, y más en concreta y especialmente respecto del mundo” (234).

Así, Nicolás de Cusa, al comienzo de su obra señala: “Contemplo un mundo bellísimo, unificado con un orden admirable, en el cual reluce la suprema bondad del Dios supremo, su sabiduría y su belleza. Me siento atraído a buscar al artífice de esta obra tan digna de admiración” (6).

Lógicamente cada uno de esos seres creados lleva al hombre a descubrir que las criaturas dan más gloria a Dios cuanto mayor ser poseen y, en ese sentido, exclama con sencillez: “Las cosas son lo que son en virtud de la alabanza a Dios” (52).

Por eso señalará enseguida que en la propia sinfonía de la creación, los himnos celestiales, son de mayor riqueza que los que pueda expresar la lengua humana, con sus cantos y su poesía: “Los himnos celestes son más alegres y más ricos en alabanzas que los himnos terrestres” (53).

Un poco más adelante, volverá a exclamar con contundencia, que el fin del hombre es dar gloria a Dios, pues ese es el fin de la creación, que seamos felices dando gloria al creador: “Mi Dios es digno de alabanza”  y, añadirá, “Las obras De Dios son dignas de alabanza” (105).

Así pues quien comienza extasiado por la belleza, descubre que Dios se revela siempre al que libremente y en todo, busca sólo la gloria de Dios, pues ese es el que sabe de verdad vivir para amar y vivir de amor (105).

José Carlos Martín de la Hoz

Nicolás de Cusa, La caza de la sabiduría, edición crítica de Mariano Álvarez, ediciones Sígueme, Salamanca 2017, 287 pp.