La caída del imperio romano

 

El tránsito de la época del Imperio Romano a las invasiones de los pueblos bárbaros y su continuidad con la posterior  conversión al catolicismo de dichos pueblos y, finalmente, con la llegada de nueva civilización denominada cristiandad, es uno de los momentos históricos menos conocidos y de mayor interés historiográfico.

El profesor de la Universidad de la Sorbona, Bruno Dumézil, ha investigado ese proceso a través de la figura de los funcionarios del emperador romano y nos ha ofrecido en el trabajo que ahora presentamos, una extraordinaria monografía sobre la cuestión.

En efecto, en el siglo III, se desarrolla por parte del Imperio Romano un verdadero y real culto al emperador, que buscaba no sólo unificar a los diversos pueblos y ciudades del Imperio, sino también otorgar a los emperadores el favor de los dioses y, el mismo título de divinos a los emperadores, con la consiguiente sumisión de los hombres.

En ese clima, al ser el funcionario un personaje nombrado por el rey o seleccionado en su nombre  entre una élite de hombres libres y además adinerados y cultos, les confería por el nombramiento una  alta dignidad y un cierto aire de secreto y, por supuesto les hacía aparecer ante el pueblo como una verdadera exención de error (32).

Los funcionarios eran verdaderamente personas de prestigio que vestían de modo especial, gozaban de insignias, ocupaban los primeros lugares, tenían siempre la preferencia puesto que representaban al emperador (39).

Lógicamente la remuneración era alta, de modo que la responsabilidad del buen ejemplo y de representar al emperador le impidiera de alguna manera la tentación de robar (40) o de aprovecharse de una situación en la que gozaban de abundantes privilegios (41).

Desde Teodosio, cuando ya el emperador y la mayoría de los súbditos son cristianos, hay una sensación de que ya no pueden corromperse (63), aunque lógicamente, la naturaleza humana sea débil y se sigan constatando casos detestables.

De hecho, nos dirá Dumézil: “Al imperio de Occidente le faltó sin duda tiempo para llevar a cabo la reforma de la función pública que había intentado llevar a cabo. En efecto, durante el siglo V, todas las provincias se vieron afectadas por disturbios militares que redujeron las disponibilidades presupuestarias y dictaron lo esencial de la política. Hubo que abandonar entonces una parte para no perderlo todo, sobre todo en Bretaña, donde Roma procedió a la retirada total de su administración y de su ejército en el primer tercio del siglo V” (82).

Es más: “En las dos generaciones que precedieron a la caída del Imperio, la lealtad de la militia hacia el Estado romano parece que fue particularmente débil: sin duda mejor informados que sus contemporáneos de la situación geopolítica, los agentes fueron los primeros en pasar al servicio de los bárbaros” (85).

Finalmente nos señala que en el tránsito: “Mientras que las formas estatales de la administración se replegaban o hundían, los individuos que creían ser los últimos defensores de la causa romana reunieron en sus manos todas las competencias militares y civiles” (86).

La Iglesia favoreció la estabilización después de la invasión y la “compleja geografía de los reinos bárbaros constituye un factor que explica el restablecimiento del funcionariado” (101).  Es más, también es verdad que padeció el problema de las investiduras muy pronto, pues “la facilidad con que los soberanos llegaban a deponer a los obispos molestos recuerda por lo demás a misma con que destituían a los funcionarios desacreditados” (178).

La conclusión es clara: “En la larga duración, el servicio del Estado aparecía así como un marco administrativo que casaba más o menos armoniosamente con la sociedad de su tiempo. Si la unión era simbiótica en época romana, en los primeros tiempos merovingios adivinamos más bien una alianza desinteresada” (369).

José Carlos Martín de la Hoz

Bruno Dumézil, Servir al estado bárbaro: del funcionariado antiguo a la nobleza medieval (siglos IV-IX), ediciones Universidad de Granada, Granada 2017, 415 pp.