La canonización de Pablo VI

 

Dentro de unos meses, en octubre de 2018, el beato Pablo VI será solemnemente canonizado,  por el santo Padre Francisco, y precisamente este Papa fue quien clausuró el Concilio Vaticano II, pues tomó el relevo en la Silla de Pedro en 1963, una vez comenzado el Concilio, tras la muerte de san Juan XXIII, y lo llevará a su culminación en diciembre de 1965.

Con motivo de la canonización, el profesor emérito de historia de la Iglesia de la Universidad Pontificia de  Comillas, Juan María Laboa (Pasajes de San Juan, 1939), bien conocido por sus trabajos acerca de la historia de la Iglesia reciente de España, presenta una síntesis de trabajos anteriores ya publicados, centrado en los años finales de la vida y el pontificado del ya próximo san Pablo VI (1965-1976).

El profesor Laboa no aporta nada nuevo, ni en la visión de los hechos, ni en la documentación, pero siempre es conveniente volver sobre los hechos para aprender cuales fueron las raíces de la situación actual de la Iglesia en España. Así, resultará interesante leer la presentación del tema del Concilio y Pablo VI: ”El papa del Concilio se encontró a bocajarro con una Iglesia que afrontaba, con más o menos acierto y voluntad, un mundo cambiante, provocando situaciones inéditas y a él le tocó discernir, decidir y encauzar” (33). Asimismo es real la opinión de Laboa de que Pablo VI hablaba más con los gestos que con las palabras (46), por ejemplo en el ecumenismo: “se empeñó por sustituir el clima de sospecha y desconfianza entre las Iglesias por una actitud de confianza, estima y benevolencia, poniendo, para conseguirlo, su sensibilidad y su capacidad de acogida” (45).

Asimismo, es interesante comprobar la mente de Pablo VI en la gestación y desarrollo de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium y en la llamada “Nota previa”, a la vez de la libertad de acción real de los padres conciliares. Es importante, poder releer esos documentos con sentido histórico, aunque en esta ocasión sea narrada por el Laboa con escasa documentación y, en cambio, excesivo número de testimonios y recuerdos (91).

Finalmente, hemos de hacer referencia al capítulo dedicado a la Asamblea Conjunta de sacerdotes y obispos, donde Laboa vuelve a señalar las mismas hipótesis sin fundamento de otras ocasiones, para buscar idénticos objetivos: intentar demostrar su dinámica de grupos, en la que le asigna al Opus Dei un papel rector que nunca tuvo, ni en la política civil, por mucho que algún ministro perteneciera a esa institución (134), ni en la política eclesiástica (191, 209).

Eso sí, para esta ocasión, ha inventado un concepto nuevo: el odio teológico que le servirá para aplicarlo a sus adversarios o a quienes no tenían su visión de la Iglesia, pero que se vuelve contra el propio autor: “Una vez más se manifestó que el odio teológico es el peor de los odios, porque sus artífices, al convencerse de que actúan en defensa de la divinidad, se creen con derecho a utilizar toda clase de armas, incluso las más mezquinas” (133).  En efecto, las actas de la conjunta, publicadas en la BAC en septiembre de 1971 y todavía accesible en las Bibliotecas son suficientes para deshacer la argumentación que desarrolla el autor con tanta prisa como superficialidad (211-215). En cualquier caso queda clara la santa paciencia de Pablo VI que era el tema del libro.

José Carlos Martín de la Hoz

Juan María Laboa, Pablo VI, España y el Concilio Vaticano II, de. PPC, Madrid 2017, 247 pp.