La caridad intelectual

 

En 2007, hace 10, tenía lugar en Novara (Italia) la solemne ceremonia de beatificación de Antonio Rosmini (1797-1855), sacerdote italiano, noble, filósofo y fundador de la Congregación Sacerdotal de la caridad, todo se desarrolló como siempre con una inmensa alegría por recibir el don de un nuevo modelo e intercesor para el pueblo de Dios y especialmente para los intelectuales y estudiosos del humanismo. Evidentemente, en aquella ocasión la santa Sede no proponía su sistema filosófico como un camino especialmente adecuado para expresar la fe, sino que ensalzó la incesante búsqueda de Rosmini del diálogo entre la filosofía imperante de su tiempo, el idealismo alemán, con la teología católica y con el tesoro divino de la Revelación cristiana. La propuesta filosófica de Rosmini fue, efectivamente, un intento de conciliación entre la doctrina cristiana con el pensamiento moderno.

Precisamente, el papa Benedicto XVI se refería unas horas antes de la ceremonia que oficiaría el Cardenal Saraiva, entonces Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y Legado Pontificio para el acto, desde su balcón de la Plaza de San Pedro en el ángelus dominical, con palabras tan significativas, como proponerle como modelo de: “La caridad intelectual”. De ese modo expresaba el entusiasmo con el que abordaba la relación entre razón y fe, buscaba más con la caridad y la ilusión que con razonamientos aceptados por los idealistas germanos. Ya Juan Pablo II, había comenzado esta reconciliación que había tardado 150 años en producirse, con unas citas pertinentes en la Encíclica Fides et ratio (1997), y sobre todo deteniéndose a elogiar su figura sin necesidad de descender a detalles.

Tras su muerte algunas de sus obras póstumas habían sido denunciadas tanto por filósofos cristianos como paganos; a unos por parecerles que algunas de sus afirmaciones no estaban bien fundadas ni eran acordes con la filosofía tomista y, por parte, los filósofos idealistas y kantianos le acusaban de haberse acercado a sus posiciones con más entusiasmo que rigor. El Santo Padre Pío IX en 1854, dio su aprobación a las obras publicadas. Un  Tiempo después, ya durante el pontificado de León XIII fueron condenadas, en 1887, cuarenta proposiciones extraídas de sus obras inéditas,  fundamentalmente por no ser acordes con la filosofía tomista que se deseaba retomar en los centros católicos de formación, lógicamente, salvando siempre a la persona, pues, de hecho se comenzó a preparar el proceso de canonización, pues Rosmini había fallecido con fama de santidad, y, además, porque había sometido en vida sus escritos al juicio solemne del Magisterio de la Iglesia. 

En el 2001 un documento de la Congregación para la doctrina de la fe, resolvía la plena comunión del autor con la doctrina de la Iglesia al reconocer que las cuarenta proposiciones no correspondían con las obras publicadas por el autor y por tanto no habían sido aprobadas por él.

José Carlos Martin de la Hoz

Antonio, Rosmini, Las cinco llagas de la Iglesia, Roma 1846