La confianza en la Iglesia

 

La imagen del papa Francisco en la ventana de la plaza de san Pedro el día de año nuevo con motivo de la Jornada de la Paz en el mundo, resulta siempre conmovedora, como lo fue el día de Navidad al recordarnos que Jesús está al lado del que sufre de cada uno de nosotros.

La cuestión clave para entender en que se fundamenta la profunda confianza que los cristianos tenemos en la Iglesia, es la afirmación de Jesucristo pronunciada el día de la Ascensión y tantas veces meditada: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Este es, pues, el sentido profundo de la auténtica definición de la Iglesia: “Comunión de Dios Padre con sus hijos los hombres y entre sí, en Jesucristo, por el Espíritu Santo”.

La Iglesia es de Dios y, como esposa de Jesucristo, ha perdurado a lo largo de la historia, a pesar de que los errores y debilidades de los hombres. Es más, la Iglesia es santa, porque es de Dios y ha salido de sus manos, y además es santa su doctrina, que ha salido de la boca de Dios y, finalmente, es santa, porque ha habido santos en todas las épocas de su historia.

Así pues, si la Iglesia es santa y cuando parece que no lo es, entonces, quiere decir que somos los cristianos, los que todavía no somos santos, que somos los hombres débiles, los que afeamos su rostro. Precisamente ya san Agustín en el siglo IV, tuvo que subrayar que la Iglesia no es un lugar de privilegiados, una élite, sino un hospital donde enseñar las llagas para que nos las curen.

Porque la Iglesia está gobernada por el Espíritu Santo, Él mismo hace que la Iglesia vuelve a rehacerse. Como realidad sobrenatural y humana, se asemeja a un manantial que brota y rebrota con fuerza incontenible.

Quizás lo refleja bien, la película sobre la Pasión del Señor de Mel Gibson, cuando después de la flagelación, Jesucristo que parece acabado, recobra fuerzas en la pasión, se yergue y parece como desafiar a sus verdugos. La Iglesia se rehace y se reinventa, sin dejar de ser la misma que brotó del costado de Cristo en palabras de san Juan Damasceno.

La conclusión de lo que acabamos de decir es que la historia de la Iglesia es la historia de la caridad, en primer lugar con los cristianos y entre sí, y después con todos los hombres. Es la Iglesia quien ha puesto en marcha las instituciones de caridad y de educación en el mundo. Periódicamente Dios vuelve a poner en marcha nuevas soluciones de caridad.

El mandamiento de la caridad resuena y seguirá resonando hasta el final de los tiempos: “amaos unos a otros como yo os he amado”. Frecuentemente Dios se asoma a la tierra para ver qué estamos haciendo y se cruza en nuestro camino: la cuesta y el saco, el pobre distinguido en un comedor de caridad, el milagro de Orcasitas.

Además están las propias estructuras sociales: la Iglesia está con los necesitados: Seguridad Social, Cooperativas, Viviendas, legislación. Y además no solo beneficencia o solidaridad. Verdadera caridad y cariño a los necesitados que estarán con nosotros hasta el final de los tiempos.

Jesucristo nos busca y atraviesa gruesos muros de hormigón si hace falta para fortalecernos.

La Iglesia no tiene muertos en el armario. Somos los cristianos los que hemos de hacer examen de conciencia cada día y a final de año. Pues siempre estamos necesitados de perdón y de purificación. El examen de conciencia ha de ser personal y colectivo y hemos de agradecer, aunque nos duela, cuando alguien nos señale las incoherencias entre nuestra vida y el Evangelio.

Ahora bien, hemos de pedir perdón como hizo el papa san Juan Pablo II por todos los pecados de todos los cristianos de todos los tiempos y especialmente por el uso de la violencia para defender la fe. Con la coherencia de nuestra vida alcanzaremos la captación de la benevolencia, es decir el interés y la presunción de inocencia, para ser escuchados por las personas y poder aclarar las leyendas negras y los anacronismos. Para poder juzgar el pasado hay que procurar objetivar, meterse en la mentalidad, intentar comprender los motivos de aquellas actuaciones, las escalas de valores que había en aquel momento, etc.

La historia ha de volver a ser maestra de vida y no arma arrojadiza.

José Carlos Martín de la Hoz