La decadencia de Carlos V

 

Como decía un viejo profesor de historia moderna: “España es como el rey midas, todo lo que toca entra en decadencia”. Y, para mayor abundamiento, solía recordar cómo Felipe II envió al papa una moneda de oro macizo del Perú. Felipe III, una con mezcla de oro y plomo y Felipe IV de plomo recubierta con una simple chapa de oro. Es cierto que todos tendemos a la decadencia con el paso de los años.

En efecto, uno de los capítulos más interesantes de la extensa y completa biografía del emperador Carlos V, redactado por el ilustre hispanista, profesor e investigador inglés Geoffrey Parker (1943), es el tercio final del libro que está dedicado a la decadencia del imperio. Es claro que el oro y la plata americana le sostuvo y pagó las tropas (342).

Es claro que la salud y las cualidades del emperador Carlos V, terminaron por llegar a la decadencia, pues, aunque fuera un extraordinario monarca, como lo era, es indudable que era humano, y, por tanto, falible él y sus colaboradores que fueron falleciendo y retirándose.

En cualquier caso, y desde el profundo conocimiento del carácter y temperamento del emperador, Parker muestra las virtudes y carencias de Carlos V, de modo que arroja mucha luz, e incluso, bastantes ideas novedosas e interesantes acerca de los grandes problemas y acontecimientos de la vida y de la obra de un gran emperador, seguramente el último gran emperador europeo.

Las magnitudes del imperio de Carlos V, sobre todo tras los descubrimientos de los vastos territorios americanos y de las posesiones en Asia, hacían particularmente imposible la continuidad en el tiempo de tantos territorios sometidos a una única autoridad, pues hubieran requerido para fortalecer la unidad, una voluntad de unión que no sólo se basara en la fe cristiana y que pudiera aglutinar tantas culturas, razas y costumbres ancestrales.

La primera ruptura fue la provocada por la envidia y el carácter inestable del rey de Francia Francisco I que mantuvo en jaque y en constante agitación con traiciones sin límite a los tratados con el emperador y con alianzas contra natura.

Enseguida estuvo la ruptura luterana y, por tanto, la división profunda y definitiva entre los príncipes electores de la Alemania creadora del sacro imperio romano germánico, pues de hecho era impensable que todos aceptaran el gobierno de un católico convencido como Felipe II y además rey del bastión del catolicismo en Europa y, enseguida, alma del Concilio de Trento.

También fue muy desgastante la pertinaz inquina del imperio otomano y su extensión por el mediterráneo mediante la piratería y la industria naval que no vera su fin hasta la batalla de Lepanto. Así como la fuerza terrestre que llegó a cercar Viena y que provocó innumerables sobresaltos. Todo esto a pesar de las campañas africanas del emperador que le valieron muchas críticas.

José Carlos Martín de la Hoz

Geoffrey Parker, Carlos V. Una nueva vida del emperador, ediciones Planeta, Barcelona 2019, 990 pp.