La economía de la gracia de Dios

 

En esta interesante reedición de uno de los libros más importantes (1983) del célebre teólogo francés, el cardenal Henri De Lubac (1896-1991), miembro de la Comisión Teológica Internacional, hay muchos e importantes asuntos que se podrían destacar, para retener, comprender y releer.

El cardenal de Lubac se detiene, con admirable paciencia y buen humor en la célebre objeción de Celso que nos transcribe Orígenes cuando ironizaba acerca de que, si la religión cristiana era tan perfecta, Dios tendría que haber sido muy malo e imperfecto para haber tardado tanto tiempo, tantas generaciones, en remediar la imperfección de su primera obra (205).

Es importante, recordar enseguida, los pasajes relativos a la economía de la gracia, en este espléndido tratado sobre la Iglesia y la salvación. Comencemos por resaltar que los designios de Dios son impenetrables, para inmediatamente hablar con San Pablo de la economía de la gracia de Dios (Efesios 3, 1).

El autor nos dirige a San Ireneo quien “había desarrollado sus grandes visiones optimistas, enseñando que Cristo vino en realidad para todo hombre, de todo país y de toda época, puesto que vino a conducir a su término a la humanidad entera, después de haberla preparado largamente” (206).

Descendiendo al propio texto de Ireneo, podemos leer: “Dios conduce a la criatura por grados a la perfección, como una madre que debe primero lactar a su hijo recién nacido y le va dando, a medida que crece, el alimento que necesita (…). Por esta lenta educación, el hombre creado se forma poco a poco a imagen y semejanza del Dios increado. El Padre se complace y ordena, el Hijo opera y crea, el Espíritu nutre y acrecienta, y el hombre suavemente progresa y sube hacia la perfección. Solo quien no ha sido producido es asimismo perfecto, y éste es Dios”. Poco después añadirá con toda la fuerza: “Son pues enteramente irrazonables los que, sin esperar el tiempo del progreso, imputan a Dios la debilidad de su naturaleza. No conocen a Dios, ni se conocen a sí mismos (…), reprochan a Dios el que no les haya hecho dioses desde el principio” (Adversus haereses 4,38, PG 7, 1105) (206-207).

Es evidente que Ireneo piensa en Marción, el que quería una Iglesia para elites y privilegiados, mientras que Ireneo, aparece como el adalid de la paciencia de Dios con sus criaturas.

Inmediatamente, el cardenal De Lubac, vuelve al fondo de la cuestión: “al insistir sobre la necesidad de comienzos muy humildes, Ireneo no piensa quitar nada a la Omnipotencia: todo es posible para Dios, pero la congénita debilidad de la criatura impone un límite a la recepción de sus dones; hace falta quien primero la dilate un don para hacerla capaz de un segundo, y después de un tercero… El cristianismo, religión perfecta, solo podía llegar a su tiempo” (207).

José Carlos Martin de la Hoz

Henri de Lubac. Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, Ediciones Encuentro, Madrid 2019, 402 pp.