La expansión de la fe

 

El cristianismo forma parte importante de la irrupción de Dios en el mundo, del designio salvífico de Jesús por sus hijos los hombres; la continuidad en el tiempo y la búsqueda de cada una de ellos, del deseo de conquistar el corazón de cada hombre, para hacerlos felices, mediante la redención y la salvación.

De ese modo, cuando nos referimos a la ley nueva que Jesucristo nos ha traído y que podemos conocer a través del evangelio, de los sacramentos, de la tradición y del magisterio de la Iglesia; hablamos de verdaderos tesoros de la verdad, recibidos para que vivamos la fe en plenitud, con la gracia divina y con la correspondencia libre del cristiano.

Indudablemente, como señalará en seguida el profesor vienés Burkhart en su magnífico trabajo acerca de La grandeza del orden divino, los apóstoles al expandirse desde Jerusalén por toda la tierra, estaban inaugurando un nuevo modo de vivir en la tierra (127).

Pero es interesante descubrir que esa expansión que se produjo el día de Pentecostés, no sólo fue geográfica, ni tampoco temporal, también abarcaba al interior del alma de cada uno de los bautizados, llamados a la plenitud

De hecho, desde el día de Pentecostés, en el que comienza la expansión definitiva de la Iglesia por toda la tierra: “vemos a los discípulos del Señor cambiados, actuando con la plenitud de la luz y del poder de Dios en sus almas” (127).

Así pues, el profesor Ernst Burkhart resaltará: “En cuanto la gracia es participación de la vida divina, y Dios mismo habita por ella en el alma del justo, se puede equiparar la ley nueva no sólo con la gracia y las virtudes y dones, sino con el mismo Espíritu Santo” (128).

La libre identificación del cristiano con Jesucristo mediante la correspondencia a la gracia, señala que: “No es la ley de Cristo, por tanto, algo externo, sobreañadido, que limita la libertad humana; la ley, por el contrario, fundamenta la libertad, colmando de sentido el ser del hombre y habilitándole a la plenitud del obrar” (140).

Es más, como afirmará san Pablo, la meta es increíble: ipse Christus (Rom 12, 14): “Esa inclinación espontanea del alma en gracia hacia las cosas de su Padre, esa identificación de la voluntad del cristiano con la voluntad de Dios que hace innecesaria toda coacción, todo aliciente externo, proviene de la profunda transformación que se ha realizado en él” (141). Así pues, la expansión del cristianismo en el alma del cristiano se llama la santidad: amar e imitar a Jesucristo hasta identificarnos verdaderamente con Él, hasta llegar a la felicidad.

José Carlos Martín de la Hoz

Ernst Burkhart, La grandeza del orden divino, ed. Eunsa, Pamplona 1977, 229 pp.