La falsificación de la historia

 

La fe en Dios y, en concreto, la fe cristiana compromete de modo esencial toda la persona humana en su integridad, pues se trata de un encuentro radical con Dios y, por tanto, de un encuentro que terminará por transformar completamente la vida y la actuación del cristiano.

Naturalmente, los hombres de fe podemos vivir de esa fe con coherencia, como tarea de amor y de donación incondicionada, o podemos enfriarnos en esa misma fe, vivirla como si fuera un paquete de ideas, e incluso llegar a oscurecerla, aunque nunca de modo definitivo, pues al ser un don de Dios y máxime si estamos bautizados, puesto que entonces la fe es ya virtud teologal e infusa y no puede desaparecer.

Por otra parte, no podemos pedir a un investigador que para estudiar la historia de la Iglesia tenga que poseer la fe cristiana, puesto que eso es un don de Dios, pero si podemos y debemos pedirle que la estudie, se procure hacer cargo, se meta en las coordenadas espacio temporales de un hombre de fe, para poder estudiar esa historia y entender los fenómenos y los hechos que reflejan los documentos.

El trabajo que ahora abordamos acerca de la primera evangelización del Perú, en el siglo XVI, ha sido realizado por la profesora Esperanza López Parada, titular de la Universidad complutense de Madrid quien maneja unas enorme masa documental, pero  comete el grave error de no intentar entender la doctrina cristiana, e incluso en algunos casos se mofa de ella, a la vez que muestra de manera impertinente preguntas a los documentos que se resuelven leyendo el catecismo de la doctrina cristiana del Padre Astete y procurando hacerse mínimamente cargo, con respeto, de la fe de aquellos españoles y de la profunda fe que fue arraigando en los indios.

El mayor ejemplo de la falta de categoría intelectual de esta historiadora se encuentra en el capítulo dedicado a la eucaristía, donde niega de manera abrupta la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (275), como si fuera un embuste, para luego mofarse de la Iglesia que no dejaba a los indios acercarse a la comunión hasta que no hubieran fortalecido su fe (278).

No hace falta que muestre fe si no la tiene, pero si respeto para aceptar que los creyentes eran en su mayoría coherentes con esa fe, aunque a veces fueran frágiles en su vida moral. La autora raya en la impiedad cuando afirma: “trabajando con la semántica de la digestión, apelando a una especie de piedad gastronómica, multiplicando toda una metafórica de la transubstanciación bajo la carnalidad humilde de la harina, con efectos reales en la somática del cristiano consumidor” (286).

En realidad, dodo es mucho más sencillo: basta con aceptar que aquellos hombres creían, por el don de la fe, que Cristo es el pan de vida. En aquella época y en el día de hoy, como muestran tantos ejemplos que aporta la autora en la música, el arte, la literatura, la arquitectura, la vida y costumbres de hombres y mujeres de todas las clases sociales.

José Carlos Martín de la Hoz

Esperanza López Parada, El botón de seda negra: traducción religiosa y cultura material en las Indias, ediciones Iberoamericana-Vervuert, Madrid 2018, 427 pp.