La Inquisición en tiempos de Felipe II

 

En el interesante y documentado trabajo biográfico sobre el rey Felipe II, que ha escrito  el investigador español José Miguel Cabañas, se desbaratan algunas de las muchas y absurdas tesis que componen la leyenda negra de nuestro más internacional y renombrado monarca.

De todas formas, hay una cuestión en ese trabajo que vale la pena matizar, pues se trata de un tema recurrente en la historiografía sobre la época y conviene aclararlo. Me refiero al concepto de la Inquisición al que se refiere el autor.

La Inquisición española es, en primer lugar tardía, respecto a la de otros países y de hecho hasta el siglo XV no hubo Inquisición en Castilla. Si hubo la defensa de la fe por parte de los obispos y del propio pueblo cristiano que la consideraban como el valor más importante.

Ahora bien, en aquella época el fin de la Iglesia y el fin del Estado coincidían y era la salvación de los súbditos, como se puede leer en las primeras líneas del libro de las Partidas de Alfonso X el Sabio, y además la fe cristiana era el aglutinante social.

Asimismo, hemos de referirnos al uso que hace el autor acerca de la Inquisición como instrumento de control social. Así, al comienzo del trabajo señala, como si fuera un lugar común: “el aparato represivo con el que se dotó dicha monarquía, la Inquisición, trabajaba sin descanso y con celo riguroso para que la ortodoxia católica se cumpliera a rajatabla” (31).

En primer lugar hay que recordar que los Reyes Católicos solicitaron del papa Sixto IV, la constitución del tribunal de la Inquisición para investigar la extensión y la verdad acerca de la herejía judaizante, es decir, si era real que algunos de los judíos recientemente convertidos al cristianismo habían caído en la apostasía y habían regresado a practicar su antigua fe.

El objetivo del tribunal inquisitorial desde su puesta en marcha en el siglo XII, hasta el final de su historia en España en 1833, era lograr la conversión del hereje una vez confirmada la herejía formal. De ahí que la inmensa mayoría de los procesos terminaran en absolución o en penas menores pues era difícil en aquellos tiempos la pertinacia en la herejía y más bien lo que existía era una gran ignorancia en el pueblo. La Inquisición no juzgaba ni a los judíos, ni a los musulmanes, ni a los luteranos, pues sencillamente, no tenían jurisdicción sobre ellos, pues no eran cristianos, sino más bien juzgaba solo a los falsos conversos o a los apóstatas.

Seguidamente añade el autor: “el Santo Oficio de la Inquisición era una de las instituciones más valoradas por el pueblo español, que lo veía como un instrumento indispensable para la buena salud espiritual de la sociedad de entonces. Se veía tan necesaria o más de lo que hoy en día se ve a la policía o a los jueces, que, si bien funcionan bajo métodos coercitivos, todo el mundo entiende que es por el bien de la comunidad: solo aquellos que tuvieran algo que ocultar -se pensaba- habrían de temer a la Inquisición” (31-32). De todas formas hay que recordar que la puesta en marcha de ese tribunal, aunque se le dotará de las máximas garantías procesales y se respetase la vida del reo, se basa en un error teológico, pues como afirmaba desde la antigüedad el derecho canónico y el derecho romano: “de internis neque Ecclesia iudicat”. Es decir de los pecados internos sólo juzga Dios.

Así al cabo del tiempo, el papa Juan Pablo II el 12 de marzo del 2000, pidió perdón por todos los pecados de los cristianos de todos los tiempos y, especialmente y en concreto por el uso de la violencia para defender la Fe.

José Carlos Martín de la Hoz

José Miguel Cabañas, Breve historia de Felipe II, ed. Nowtilus, Madrid 2017,  316 pp.