La muerte del emperador Carlos V

 

Habitualmente, la intensidad en la atención en la lectura de la biografía de un personaje histórico, suele ser una cuestión peliaguda, pues es difícil que el autor de la misma haya podido documentarse y, posteriormente, exponer siempre al mismo nivel y con el manejo de una documentación homogénea o simplemente lograr mantener el pulso narrativo en esas fases más llanas de la vida de una persona.

Así pues, es llamativo que lo que acabamos de afirmar, no tenga lugar en el desarrollo de la magnífica y documentada biografía del profesor e investigador inglés, Geoffrey Parker (1943), uno de los mejores hispanistas del siglo XVI, acerca de la figura del emperador Carlos V. Verdaderamente, el interés resulta máximo y casi continuo, aunque la obra tiene una extensión de más de seiscientas páginas y trescientas más de interesante documentación.

Especialmente interesante me ha resultado la exposición de los últimos años de la reglada vida de un emperador en su retiro del monasterio jerónimo de Yuste, con un horario muy lleno de actividades tanto religiosas como profanas: celebraciones litúrgicas, tiempos de lectura, oración personal, disputas teológicas, ocio y animadas conversaciones con determinadas personas de su séquito y, por supuesto, para la meditación de los novísimos, que era para lo que él más deseaba retirarse (571).

También dedicaba lago tiempo a la lectura de las cartas de sus hijos en las que recibía consultas, así como tiempo para contestar estas misivas o abrirles el alma con consejos, a veces optimistas y otras veces con amargura. Son más de 250 las cartas sobre asuntos de estado fechadas en Yuste en aquellos años finales (573).

Es interesante el tiempo que dedicó el monarca a revisar sus memorias con sus secretarios y a impulsar el trabajo de los cronistas oficiales del Reino, algunos de ellos de edad ya avanzada.

Uno de los epígrafes más interesantes del libro es el dedicado a un viejo gruñón, pues, aunque no lo fuera realmente por edad, murió con sólo 58 años, ni por temperamento, pero sí podrían serlo algunos comportamientos aislados del monarca. Es interesante los desacuerdos y, a veces, enfados monumentales ante decisiones de los gobernantes, quejas amargas, e incluso deseos de participar en algunas cuestiones para intentar cambiar el rumbo de la historia, pero ya poseía todos los datos necesarios para gobernar y tomar decisiones, ni tampoco poseía ya las dotes de gobierno y la intuición de las que siempre supo sacar partido. Como decía uno de sus consejeros: “tratar con él es como con hombre muerto” (576).

Así mismo, fueron especialmente dolorosas para el monarca retirado, ya al final de sus días, la consolidación del protestantismo en Europa y la división entre ellos en otros lugares de Europa, desde la Confesión de Augsburgo de 1555. Por eso cuando aparecieron las células protestantes de Valladolid y Sevilla, se desató la llamada “decretación de Yuste”. Finalmente entregó su alma a Dios el 21 de septiembre 1558.

José Carlos Martín de la Hoz

Geoffrey Parker, Carlos V. Una nueva vida del emperador, ediciones Planeta, Barcelona 2019, 990 pp.