La participación sobrenatural

 

Hace unos años de un modo casual, volví a leer la pequeña obra de Pedro Abelardo, tantas veces editada y comentada en que versa sobre un diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano. Cada uno de ellos debía exponer lo que significaba para su sistema el paraíso, es decir el regalo de Dios que llegará después de esta vida.

Cuando el cristiano expone el cielo y el lumen gloriae que Dios tiene preparado para los que le aman y llegan a la salvación, el filósofo, es decir, Pedro Abelardo exclamaba: “Maxime gloriae praedicat”. Es decir; es increíble lo que anuncias, no puede haber nada más grande.

En efecto, para corroborar la cuestión basta con recordar, como hace el propio Pedro Abelardo, las conocidas palabras de san Pablo: “no ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman” (1 Cor 2,9).

Así, pues cuando pensamos que la gracia de Dios se define como la participación de la naturaleza divina en la criatura racional (73). Y meditamos sobre que esa gracia ya se nos concede con el bautismo y con los sacramentos, entonces es como una anticipación de cielo y no sólo que Dios traza un plan de salvación para el alma, mediante las sucesivas gracias entregadas al alma.

Para un cristiano es y será siempre capital profundizar en esta materia fundamental, pues la participación abre camino a una realidad gozosa; la filiación divina. Así pues, para el entendimiento de estas materias, acudiremos a la Tesis Doctoral de Monseñor Fernando Ocáriz, actual Prelado del Opus Dei. A ese trabajo nos vamos a referir a continuación, aunque sea de un modo breve y conciso.

Es de un gran interés, como hace Ocáriz, detenerse en la “potencia obedencial”, es decir la capacidad que el hombre tiene de ser elevado por Dios al orden de la gracia y de la filiación divina. Se trata de un don de Dios inmerecido: “Así, la potencia obedencial es algo positivo sólo en cuanto que de hecho esa posibilidad existe en un existente, pero respecto a su acto es pura potencia pasiva” (78).

Esa gracia divina, al introducirnos en el mundo sobrenatural, al entrar en la intimidad con Dios, se podría traducir, como hace Mons. Ocáriz siguiendo a santo Tomás y a la teología católica, de un modo inaudito hasta hace veinte siglos: “la gracia como inchoatio gloriae” (S. Th, I-II, q.111, a.3, ad.2). Y añade, frente al quietismo: “Del mismo modo que la naturaleza humana, aun siendo esencialmente acabada, está abierta a una constante actualización de virtualidades naturales, la naturaleza divinizada está también de algún modo acabada, pero abierta a una dinámica de desarrollo, cuyo término, con grados distintos, no nos es dado experimentar en esta vida” (80).

Así pues, esa gracia increíble que es la filiación divina, debemos considerar que es adoptada: “la filiación sobrenatural se dice adoptiva en cuanto que por ella Dios nos asume gratuitamente como herederos suyos” (85).  Así pues: “La gracia eleva al alma a una tal unión con la naturaleza divina que participa de su vida; vida divina que es constituida por las procesiones intratrinitarias” (98). Es decir, que podemos considerarnos llamados a la intimidad con Dios.

José Carlos Martín de la Hoz

Fernando Ocáriz, Hijos de Dios en Cristo, ed. Eunsa, Pamplona 1972, 162 pp.