La Rusia Desconocida



 


 


Para mi generación, Rusia
representa, sobre todo, al contrincante de la Guerra Fría. Desde las
películas a la prensa, pasando por las declaraciones políticas,
Rusia era un símbolo a favor o en contra del que estaban nuestros
contemporáneos. Sin embargo hay otra Rusia, la patria de tantos
literatos y de tantos intelectuales que ahora nos llegan tras las
persecuciones, la miseria y el vacío existencial.


 


La literatura rusa del siglo XIX está
entre lo mejor de la narrativa clásica en toda Europa. Las cotas de
perfección que lograron Tolstoi o Dostoievski son difíciles de superar y su influencia
sobre la literatura occidental fue a veces muy superior a la francesa, alemana
o española en sus respectivos países, como por ejemplo Anna Karenina, que
representa junto con Madame Bovary de Flaubert la mejor
introspección literaria sobre la femineidad que se haya escrito nunca.


 


Estoy convencido de que el alma
rusa se puede conocer en su literatura. Aparte de los ya nombrados es
imprescindible acercarse a Pushkin, Gogol, Lermontov, Turgueniev, Andreiev, Chejov o a otros
más modernos, como Bunin o Bulgakov.
Son lecturas que llegan reposadamente al espíritu, lecturas para leer
despacio y dejarse llevar por las reflexiones, las impresiones, los paisajes,
los personajes tan rusos y tan universales, profundamente espirituales, vengan
o no de la religión.


 


El derrumbe del sistema ha hecho
posible que nos vayan llegando relatos de posguerra y de la sombría era
comunista más allá de la denuncia disidente. El fenómeno
editorial que representa Vida y Destino
de Vasili Grossman es buena
prueba de ello. Aunque pasarán años antes de que los rusos puedan
analizar sus vidas a la luz de la libertad frente al comunismo, es bien cierto
que la literatura de testimonio puede ejercer una especie de terapia colectiva tras
tantos años de oscuro silencio. Mientras tanto, los lectores
occidentales nos beneficiamos del talento de los nuevos autores o de los escritores
que desconocíamos que vivían y escribían en silencio, a
los que se suma el esfuerzo de algunos occidentales que ponen todo su buen
hacer en desmitificar el pasado inmediato aunque sea con estudios
biográficos de gran calibre, como es el caso de Simon
S. Montefiori y su trabajo sobre Stalin.


 


Rusia es muy compleja, como todos
los países extensos con grandes poblaciones, grandes problemas y una
dura pero necesaria adaptación a su paisaje, pero la aventura de
sumergirse en su literatura no defrauda. A algunos les puede parecer
melancólica, demasiado profunda o espiritual, donde incluso los relatos
de aventuras desde Taras Bulba a  Doctor Zhivago
tienen un tinte trágico e incluso épico. Pero lo cierto es que a
fuerza de ser tan peculiarmente rusa es una literatura que se abre al mundo
mediante la universalidad de sus temas. Toda una invitación a leer.


 


 


 


Carlos Segade


Profesor del Centro Universitario Villanueva