La Teología del final del siglo XIX

 

La historia de la teología de la segunda mitad del siglo XIX estará marcada, por la  celebración del Concilio Vaticano I, en el que solo pudieron aprobarse dos grandes constituciones dogmáticas;  la primera la Pastor Aeternus, en la que se establecía como dogma de Fe la infalibilidad pontificia en determinadas circunstancias y, en segundo lugar, la constitución Dei Filius, en la que se recordaba la importancia de la teología natural y se afirmaba con seguridad que el hombre puede acceder a la existencia de Dios a partir de la luz natural de la razón. Así pues, quedaba mucha Teología hecha en el final del siglo XIX.

Asimismo, el Pontificado de León XIII, que había comenzado como un pontificado de transición, se prolongó durante más de 25 años, y fue muy fecundo teológicamente; desde la renovación del estudio de la teología tomista hasta el desarrollo sistemático de la Doctrina Social De la Iglesia. Es decir, sistematizaba como parte de la teología moral, el conjunto de verdades de la doctrina social; primero la vida de caridad y luego el orden social. Así pues, actuó como respuesta armónica y abierta de la Iglesia a la llamada cuestión social o el nacimiento del capitalismo salvaje del periodo industrial. De hecho el Pontificado de León XIII, dará pie un inmenso esfuerzo de aplicación de la caridad cristiana a la vida colectiva de los pueblos, a la organización social, sindical, política y económica, con el nacimiento del cooperativismo, los Montes de Piedad, Cajas de ahorro o el relanzamiento de las obras de misericordia.

Finalmente, hemos de referirnos, ya en el inicio del siglo XX, al fenómeno del modernismo, una cuestión que terminará de entenderse plenamente sólo cincuenta años después, cuando se publique la verdadera teología católica sobre el orden terreno y su inserción en el orden sobrenatural, tal y como lo expresa la constitución dogmática Gaudium et spes del Vaticano II.

Es decir, desde la entrada del inmanentismo en la teología protestante se fue produciendo un fortísimo deterioro en ella que prácticamente negó la posibilidad de aplicar la razón a la revelación.

Mientras tanto en la teología católica se insinuaban actitudes de desconfianza y de connivencia con esa teología protestante en decadencia: las categorías kantianas y hegelianas, la negación de lo sobrenatural.

Asimismo, tuvo lugar la crítica a las fuentes históricas del cristianismo desde el siglo XVIII: historicidad de Jesucristo, fundación de la Iglesia y valor de las Escrituras; y el recurso protestante liberal de quedarse con lo “esencial”, prescindiendo de la historia (Schleiermacher, Harnack) y de “desmilotogizar” el cristianismo (Baur). Esto suscita la reflexión católica sobre el valor histórico del cristianismo y el discernimiento sobre las Sagradas Escrituras y su interpretación (encíclica Providentissimus Deus).

La rápida reacción del santo Padre san Pío X con la publicación de la Encíclica Pascendi, el Decreto Lamentabili y el juramento antimodernista, se produjo una indudable paralización de las investigación teológica y un cierto clima generalizado de sospecha, pero positivamente se provocó la paralización del modernismo.

José Carlos Martín de la Hoz