La transición de Carlos V a Felipe II

 

El relato del trasvase del poder político, económico y social, desde el emperador europeo Carlos V, a su hijo el rey Felipe II, un príncipe fundamentalmente castellano de corazón y de cabeza, a mitad del siglo XVI, venciendo muchas presiones y dificultades, tanto interiores como exteriores, ocupará casi la tercera parte de la extensa e importante biografía que acaba de ser publicada por ediciones Plantea, acerca del hasta del monarca español más importante de la historia.

Esta monumental obra ha sido redactada y publicada con motivo de cumplirse en estos años el quinto centenario de la llegada a España y de la toma del poder del nieto de los Reyes Católicos y del emperador Maximiliano, por lo que el heredero del mayor y más importante imperio tanto en Europa como en América, Asía y África, terminó convirtiéndose en Emperador.

En efecto, el sólido y bien fundamentado estudio realizado por el profesor e investigador inglés Geoffrey Parker (1943), uno de los mejores hispanistas del siglo XVI, acerca de la inconmensurable figura del emperador Carlos V, en realidad seguirá el habitual desarrollo humano: conquista del poder y preparación para el mismo, consolidación y desarrollo de los acontecimientos y, finalmente, la decadencia del monarca y la preparación de la sucesión con el epílogo de la vida retirada en el monasterio de Yuste (1556), el gran sueño de un emperador dotado de una sólida fe cristiana y su fallecimiento en 1556.

Como afirmaba el propio Carlos V en aquellos años finales, antes de partir para España y abdicar en su hijo, y llegar al ansiado retiro de oración junto a los jerónimos en Yuste: “Respecto a mi renuncia al poder, la hice por mi propia voluntad, con la intención de alcanzar un deseo que abrogo hace mucho tiempo, y estoy muy satisfecho de ella: porque la edad y la enfermedad me han debilitado, y llegó el momento de que mi hijo no posponga más las responsabilidades del gobierno. En ningún momento he deseado soportar estas cargas, y llevaba tiempo esperando a dar este paso. Los hombres pueden ver ahora hasta que punto era cierto lo que muchos han dicho, que yo deseaba convertirme en el monarca del mundo. Este pensamiento, se lo aseguro, nunca estuvo en mi mente, ni habrías estado, aun si lo hubiera podido alcanzarse mediante palabras en lugar de hechos” (559).

Bien es verdad que su estilo de gobierno había llegado a su fin y se abría camino un rey nuevo que no practicaba el arte de la guerra, sino que gobernaba con despachos, masas de papeles, informes y largas reuniones. Un estadismo moderno que aumentaría las posesiones por pactos y dinastías y diplomacias y que alcanzaría sonoros triunfos como el de Lepanto contra los turcos y derrotas tremendas como la de la armada invencible contra Inglaterra, sin salir de su palacio. Efectivamente, primero dejó los países bajos, los reinos de Alemania en 1556 (561) y, después, al llegar a España, abdicaría de Castilla, Aragón y el resto antes de quedar fijada su residencia en Yuste, donde encontró la muerte felizmente en 1558. Sus restos fueron llevados al Escorial donde continúan sepultados hasta nuestros días (583).

José Carlos Martín de la Hoz

Geoffrey Parker, Carlos V. Una nueva vida del emperador, ediciones Planeta, Barcelona 2019, 990 pp.