Las bienaventuranzas

 

Señala con gran acierto el profesor Servais Pinckaers (1925-2008), dominico belga y Ordinario de Teología Moral Fundamental de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, y uno de los grandes teólogos que renovaron la teología moral a finales del siglo XX, autor de uno de los grandes manuales que más profundamente aplicaron la doctrina conciliar a la teología moral, que las bienaventuranzas habían sido relegadas por su alta exigencia, por muchos moralistas al ámbito de la teología espiritual.

En efecto, sugiere, con gran acierto, que el famoso comentario de San Agustín al sermón de las bienaventuranzas, tantas veces editado y meditad,  habría caído en el olvido, tanto por el advenimiento del nominalismo en el siglo XIV,  como por la concentración de la moral en la idea de la obligación: “Desde el momento en que la moral se convierte en un asunto de imperativos y prohibiciones, desde que se construye sin tener necesidad de considerar, como sus elementos fundamentales, la bienaventuranza y la acción del Espíritu Santo y, en fin, desde que se separa de la espiritualidad, el comentario de san Agustín no puede ya ser comprendido en su alcance teológico y moral” (220).

Es interesante descubrir cómo, seguidamente, Pinckaers pretende buscar una respuesta al llamado “problema de la dificultad para vivir las bienaventuranzas” y en su consecuencia inmediata que sería relegarlas al nivel de algunos escogidos, como si hubiera una ética para élites y otra para el conjunto del pueblo fiel. Para ello Pinckaers sugiere según la mente de san Agustín, regresar al concepto de felicidad. Efectivamente, la felicidad entendida como la íntima convicción de estar haciendo lo que Dios quiere, tiene mucho que ver con buscar el fin último y también con “una moral de la atracción, de la aspiración a la verdad y al bien, que con facilidad se compagina con las promesas de las bienaventuranzas y con los caminos que trazan los preceptos evangélicos” (220).

Precisamente ante la grandeza de las bienaventuranzas y su aparente imposibilidad de vivirlas, por su grandeza y exigencia, Pinckaers nos recuerda que “Para los hombres es imposible, más para Dios todo es posible” (Mt 19, 26). Es decir, propone volver como san Agustín, al recurso habitual al don de la gracia y de los sacramentos y a la cooperación con esa ayuda divina, puesto que así solventó el obispo de Hipona el problema pelagiano (221).

Seguidamente, Pinckaers recordará la importancia que Santo Tomás atribuye a toda esta doctrina agustiniana y señalará con claridad y contundencia la plena identificación entre ambos doctores de la Iglesia, puesto que “se puede mostrar históricamente cómo el texto de las bienaventuranzas (el comentario de san Agustín) es la fuente primera y más profunda de su tratado de la bienaventuranza, incluso antes que la ética de Aristóteles” (222).

Inmediatamente, nuestro autor recuerda, a propósito del sermón de la montaña de Jesús, la necesidad de que la renovación de la moral en la teología y en la vida de los cristianos se realice desde la meditación pausada de la sagrada escritura y la tradición conservadas y trasmitidas por el magisterio a lo largo de la historia hasta nuestros días.

Finalmente, llegará a una sabia conclusión; la necesidad de reconciliar la moral católica con el deseo de la felicidad: “La empresa no es fácil, pues requiere una reorganización profunda de la moral, en la que el sentimiento de obligación ya no sea central, sino subordinado al de la virtud, cuyo vigor y aliento es preciso recordar” (223).

La conclusión que establece, poco después, es señalar la necesidad de predicar las bienaventuranzas a todos: “La teología está al servicio de esta predicación; es, a su manera, un comentario del Evangelio destinado a mostrar cómo aplicarlo en todos los dominios y según todas las dimensiones de la vida. Aquí es donde las obras de san Agustín y de santo Tomás pueden servirnos de modelos; fueron escritas para eso” (225).

José Carlos Martin de la Hoz

Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 PP.