Las vocaciones del siglo XX

 

Hay trabajos de investigación histórica sobre los que vale la pena volver al cabo de un tiempo, no solo para repasar las notas que tomamos en la primera y sosegada lectura, sino, sobre todo, para volver a leer y meditar las tesis e ideas fundamentales que suelen contener entre la información vertida y la interpretación realizada que contienen y se transmiten en ellos. De esa manera, esos buenos trabajos históricos hechos de investigación de archivo y de datos compulsados, no solo alumbran otras ideas, sino que también confirman con vigorosos matices las sólidas apreciaciones. En el interesante estudio llevado a cabo por los profesores José Andrés Gallego, Antón M. Pazos y Luis de Llera, acerca de la vida de “los españoles entre la religión y la política” y publicado hace unos años por Unión Editorial y AEDOS, se aportaba una visión muy completa y profunda del periodo franquista. Se trataba sobre todo de un trabajo acerca de cuestiones de fondo tanto de la religiosidad española como de la vida cultural económica y política, durante el franquismo, que arrojaba mucha luz sobre amplios y variados temas.

Una de esos temas, quizás menos conocido por el gran público, era el hecho de que las vocaciones sacerdotales habían disminuido en España en 1930 y que no volvieron a recuperarse hasta los años sesenta. De hecho, en el primer tercio del siglo XX la disminución de seminaristas fue alarmante, especialmente, en el sur del país: “El número de seminaristas bajó de 12.831 en 1930 a 7.401 en 1934. Parecía que se estaba tocando fondo, esto sin contar aun con las enormes de la Guerra” (68).

Enseguida nuestros autores señalan, hablando y dando datos del período siguiente: “Hay una tendencia general a pensar que tras éstas hubo una recuperación eclesiástica muy fuerte. Pero tampoco ocurrió así. Se tardó mucho en alcanzar los niveles de 1936, que ya se consideraban bajos entonces. De 27 ordenaciones por cada 100.000 habitantes en 1922 se pasó a 12 en 1944-46. (…). En 1934 para 23 millones de católicos había 30.000 clérigos. Pues bien, no se volvería a alcanzar esa cifra hasta 1961 con algo más de 33.000 contando regulares y seculares” (68).

La conclusión sobre el clero secular es importante: “La explosión vocacional no se dio hasta los años cincuenta, para estancarse el crecimiento s principios de los sesenta y hundirse tras el concilio vaticano II. Duró por lo tanto muy poco. Fue en realidad una crisis lentamente remontada (69). Respecto a la extracción del clero secular se sigue hablando de procedencia rural, la mayoría de familias de cinco hermanos, del campo necesitados de becas de estudios. “Muchos de ellos habían ido al seminario directamente desde pueblos pequeños, anclados en un tipo de sociedad pasiva y tradicional y se encontraban en la plenitud de su vida en una sociedad urbana y dinámica, en pleno desarrollo económico y en pleno vaciamiento del campo a la ciudad. (…). No todo iba a ser, por tanto, consecuencia del aggiornamento de los años sesenta. El proceso urbanizador con sus implicaciones mentales tuvo también su parte” (69). Es interesante, ahora que vivimos la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá en 2019, reflexionemos sobre esta materia. Un asunto que nos afecta a todos los cristianos.

José Carlos Martín de la Hoz

José Andrés Gallego, Antón M. Pazos y Luis de Llera.  Los españoles entre la religión y la política. El franquismo y la democracia, ed. Unión Editorial, Madrid 1996, 309 pp.