La ley natural ha sido objeto de estudio e investigación habitual en la historia de la teología y en el mundo del derecho tanto iusnaturalista como en el positivo. Pero, asimismo, hemos de subrayar que alcanzó un nuevo impulso su investigación a raíz de la publicación de la Encíclica Veritatis splendor (1993) de Juan Pablo II.

Acudiremos al trabajo del profesor Ernst Burkhart acerca de la ley desde la perspectiva teológica y jurídica, según Santo Tomás. En primer lugar, nos señalará nuestro autor, la humildad con la que hemos de afrontar la cuestión: “La parcial oscuridad que presenta el orden divino para nuestro limitado modo de conocerlo, no puede llevarnos a dudar de la perfección, universalidad y justicia de la ley eterna. Nos impone más bien una actitud de reverencia y admiración ante los planes de Dios que nos exceden y que no podemos comprender” (70-71).

Inmediatamente, debemos afrontar la investigación desde una confianza total en el creador y en su amoroso designio para con sus hijos los hombres: “Aunque no conocemos muchas veces el porqué de las situaciones en las que nos encontramos, siempre sabemos que Dios nos ha creado para sí mismo, que quiere nuestro bien pidiendo la libre correspondencia a sus planes. Es la intrínseca ordenación de todo nuestro ser a Dios que -aunque ciertamente no nos permite conocer la perfección de la ley eterna en su integridad- nos capacita a descubrir la voluntad de Dios con nosotros en cada momento” (71-72).

Finalmente, la propia definición de ley natural es clara: “La íntima ordenación de nuestro ser para Dios comporta la facultad de nuestro intelecto de discernir los preceptos de la ley natural no sólo en una vaga generalidad, sino como normas concretas que rigen todas nuestras acciones libres” (75). En cualquier caso, recordemos que la brújula de la ley eterna y de la ley natural participadas en el hombre: “El amor de Dios sobre todas las cosas está, por tanto, como precepto natural, continuamente presente en el hombre” (91).

Así pues, la mirada del cristiano al indagar en la revelación divina debe dirigirse siempre hacia adelante: “La ley que Dios propone al hombre es proyecto de perfección, camino de bondad; corresponde a nuestra tensión íntima hacia el creador, el amor que naturalmente ya le tenemos y que necesita ser orientado, siempre y en todo, para que no se desvíe de su término” (93).

Finalmente, recordemos un principio tantas veces recordado por santo Tomás y renovado en la Escuela de Salamanca por Francisco de Vitoria: “La ley de Cristo no destruye el orden natural que nos es dado con el ser, sino supone, para elevarla y perfeccionarla, la recta ordenación de nuestra naturaleza -que es ya participación de su ley eterna-; y supone, con ella, fundamentalmente que el hombre ame naturalmente más a Dios que a sí mismo” (94).

José Carlos Martín de la Hoz

Ernst Burkhart, La grandeza del orden divino, ed. Eunsa, Pamplona 1977, 229 pp.