Los carismas y la unidad

En la revista Omnes de septiembre de 2023, encontramos un trabajo de don José Ángel Granados Temes, de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, que lleva por título La integración de los grupos eclesiales en la vida parroquial. El autor reconoce que se trata de "un tema difícil e incluso espinoso (...) del que se habla mucho en los diversos círculos eclesiales, pero no ha sido afrontado de un modo pastoralmente sistemático y definitivo" (Omnes, pág.49).

El ensayo no ofrece soluciones, no es su finalidad, pero menciona una Carta de la Congregación de la Doctrina de la Fe, de 15 de mayo de 2016, de gran interés. Lleva por título Iuvenescit Ecclesia y se refiere a la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia. Vale la pena destacar algunas de sus ideas:

1. En el apartado que lleva por título Los grupos eclesiásticos multiformes la carta menciona lo que llama los carismas compartidos: "agregaciones de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades" (nº 2). La proliferación y vaguedad de las denominaciones ya nos habla de una falta de definición doctrinal y jurídica acerca de estos grupos (el documento termina por denominarlos simplemente grupos). No obstante, Iuvenescit Ecclesia va a realizar una descripción de su naturaleza y fines -a impulsos del Espíritu Santo-, así como sobre su inserción en el cuerpo de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares.

Todos los carismas -lo sabemos- están sometidos a la Iglesia, pero la pregunta crucial es ¿a quién corresponde en un momento dado la jurisdicción: al moderador de una institución supradiocesana o al Obispo de la Diócesis en la que ésta trabaja? No cabe una respuesta a priori, habría que estar a lo que dispongan el Derecho Canónico y los Estatutos de la institución, pero la mejor respuesta la encontramos en la Exhortación apostólica del papa Francisco Querida Amazonia: "No debería[mos] encerrarnos en planteamientos parciales sobre el poder en la Iglesia" (Querida Amazonia nº 101).

2. La segunda cuestión a destacar se refiere a los dones jerárquicos en la Iglesia (Lumen Gentium, nº 4). La doctrina tradicional identifica la Jerarquía en la Iglesia con el sacramento del Orden (Obispos, presbíteros y diáconos); es lo que la carta Iuvenescit Ecclesia denomina el ministerio jerárquico ordenado; pero si existe un ministerio jerárquico ordenado es que existe otro que no es ordenado.

El concepto de Jerarquía en la Iglesia tiene una doble significación; la primera y más importante se refiere a la representación mística de Jesucristo, cabeza de su cuerpo que es la Iglesia; pero en un sentido más amplio y en el lenguaje coloquial jerarquía es toda misión que suponga una tarea de gobierno; de no aceptarlo así habría que suponer que una superiora no es una jerarquía sobre las religiosas de su convento, o, peor todavía, que ninguna mujer puede ejercer tareas de gobierno en la Iglesia, y Francisco está empeñado en demostrarnos que no es así. Debemos concluir, por tanto, que no todos los ordenados son Jerarquía más que en un sentido místico, y que no todas las jerarquías precisan del orden sagrado.

3. Veamos, entonces, cuál sea la especificidad de los dones jerárquicos ordenados, o sea del sacramento del Orden. La Carta nos remite -evidentemente- a la confección de los sacramentos (nº 12), pero añade un detalle más y es ser sacramento de unidad; así se dice que el Romano Pontífice es el "fundamento perpetuo y visible de la unidad", y los Obispos son, individualmente, "principio y fundamento visible de la unidad en sus iglesias particulares" (nº 21). Podríamos añadir que los presbíteros lo son en sus comunidades en cuanto actúan en la persona de Cristo; y otro detalle importante, que la unidad actúa a través de la caridad.

4. Es especialmente hermosa la enumeración que hace la carta Iuvenescit Ecclesia acerca de los criterios para discernir la autenticidad de los carismas compartidos. Solo reproduciré uno de estos que es la aceptación de los momentos de prueba en el discernimiento de los carismas. Dice así: "Dado que el don carismático puede poseer cierta carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómoda, un criterio de autenticidad se manifiesta en la humildad en sobrellevar los contratiempos. La exacta ecuación entre carisma genuino, perspectiva de novedad y sufrimiento interior, supone una conexión constante entre carisma y cruz" (nº 18, f)). Concluye el texto afirmando que "el nacimiento de eventuales tensiones exige de parte de todos la praxis de una caridad más grande, con vistas a una comunión y a una unidad eclesial siempre más profunda".

Juan Ignacio Encabo Balbín

Congregación para la Doctrina de la Fe, Iuvenescit Ecclesia, www.vatican.va