Los judíos y la escritura

En este interesante trabajo, una historiadora y una novelista, padre e hija, estudian con detenimiento los libros judíos, tanto la Sagrada Escritura como el Talmud y otras composiciones literarias. Ya en el pórtico del libro los autores sellan su contenido: “la continuidad judía estuvo siempre pavimentada de palabras” (p.12).

Así pues señalan que “El punto central de nuestro libro no es que los judíos fueran mejores que otros, sino que tuvieron una especial destreza con las palabras. Las palabras se convirtieron en textos. Lo publicado se convirtió en perenne” (p.91).

Asimismo, desde el comienzo del trabajo, los autores  dejan constancia de su ateísmo, o mejor de su agnosticismo, pues muchas veces a lo largo del trabajo muestran sus dudas y, en otras, dan por supuesta la existencia de Dios: “Los laicos conscientes de serlo no buscan tranquilidad sino inquietud intelectual, y aman las preguntas más que las respuestas. Para los judíos laicos como nosotros, la Biblia hebrea es una magnífica creación humana. Exclusivamente humana. La amamos y la cuestionamos” (p.19).

Por otra parte, en este trabajo de síntesis de siglos de historia, queda clara la extrema dificultad de no contar con una autoridad universal, a lo que hay que añadir que la diáspora ya comenzó en el IV  a.c. (pp. 37-38).

Para los autores, lo que dio unidad al Pueblo Escogido por Dios fue la Escritura, algo transmitido de generación en generación y en lugares dispersos por toda la tierra: “En forma resumida, nuestra tesis es esta: a fin de mantenerse como familia judía, la familia judía se basó forzosamente en palabras. No cualesquiera, sino aquellas que provenían de los libros” (p.30). Por tanto la relación sería: padre-libro-relato-hijo: “Los hijos estaban hechos para heredar no sólo una fe, no solo un destino colectivo, no sólo la irreversible marca de la circuncisión, sino también la impronta formativa de una biblioteca” (p.41). Y añaden: “Por supuesto que los libros estaban considerados como sagrados, pero den a esto la vuelta y verán a un pueblo que amó los libros hasta tal punto que los hizo sagrados” (p.49).

Finalmente, vale la pena subrayar la variación operada desde la Ilustración hasta nuestros días, pues como resaltan los autores del libro: “Antes de las Haskalá de finales del siglo XVIII y el siglo XIX, a los niños judíos no se les enseñaba historia en el sentido griego, romano, o del occidente moderno. Había excepciones a esta regla, principalmente entre sefardíes cultos y algunos judíos italianos, pero el grueso de los jóvenes que estudiaban, estudiaban la Torá” (p. 129) De ahí que: “Lo que se les enseñaba no era una historia ordinaria. No era historia judía tal como hoy la entendemos. Eran unos conocimientos diferentes que transmitían el sentido de una presencia divina, unida a una poderosa acción humana” (p.130).

Finalmente anotemos otra de las afirmaciones clave de este trabajo, pues aporta luz sobre el perenne debate sobre el suionismo entre los judíos: “Siempre ha existido un campo de tensión entre la denominación colectiva Israel y el sustantivo plural judíos. Ya surgió una antigua tensión durante el Primer Retorno a Sión, cuando los judíos regresaron de Babilonia bajo el liderazgo de Nehemías, dejando atrás en el exilio a una gran comunidad” (p.147).

 

José Carlos Martín de la Hoz

 

Amos Oz-Fania OZ-Salzberger, Los judíos y las palabras, ed. Siruela, Madrid 2014, 220 pp.