Es interesante, y muy aleccionador, que desde el Pontificado de Juan Pablo II hasta el del Papa Francisco, el Magisterio de la Iglesia haya puesto su atención en los mayores, en los abuelos y, en general, en esas personas sabias y llenas de humanidad, sabiduría y experiencia que pueden y deben aportar mucho a la construcción diaria de la sociedad, en cada etapa de la historia.

El mundo lo ha puesto Dios en nuestras manos y cada generación debe trabajar codo con codo, para desarrollarlo, dignificarlo, convertirlo en camino para amar a Dios y a los demás y siempre para iluminarlo desde dentro. Como decía san Josemaría: "a darle al mundo su noble y original sentido".

Hablar de mayores es hablar de los primeros, de los que nos han precedido, de los que con su fidelidad a la llamada de Dios han sido honrados, han transmitido profesionalidad y buen hacer, han contagiado un espíritu de paz y felicidad, de amor de Dios, a todas las profesiones y a todos los ambientes sociales y culturales. Por tanto, una tarea que conlleva agradecimiento y veneración.

Con el paso del tiempo, de los siglos, la sociedad se ha ido capitalizando, los mayores han contribuido a realizar un mundo sólido, fuerte, capaz de soportar crisis y dificultades. Es importante subraya el papa Francisco dedicarles atención, cuidados y escuchar su sabiduría y agradecerlos.

 Es preciso, por su limitación, ayudarles a recuperar la paz, porque abandonen sus problemas, a veces sin importancia, en las manos de Dios y en las de sus cuidadores. Ayudarles a descomplicarse: objetivar, relativizar y reírse. Trasmitirles que sus oraciones son importantes y que pueden preocuparse y ayudar, saliendo de sus pensamientos sobre sus limitaciones y dolencias. Invertir en darles cosas para leer, disfrutar y meditar: libros en casa de letra grande.

También es importante cuidar a los que los cuidan. Como decía san Josemaría en Camino, es muy importante la relación entre preocupación e inquietud: "Esas desazones que sientes por tus hermanos me parecen bien: son prueba de vuestra mutua caridad. —Procura, sin embargo, que tus desazones no degeneren en inquietud" (Camino 465).

Es capital ayudar a los cuidadores a no perder la convicción de la importancia de la tarea que desarrollan con su trabajo, con el que colaboran con las familias en la atención de los enfermos e impedidos. Es evidente que la enfermedad física es inteligible, también ha de serlo la enfermedad mental; aprender a cuidar a los enfermos mentales como hacían los santos, quienes recomendaban mucho sentido sobrenatural y mucha oración: Paciencia infinita.

Respecto a los impedidos, eso ya requiere, además del cariño, una atención especializada. De ahí la importancia de determinar el momento en que hay que contratar un profesional que cura heridas, pone sondas o lava a un enfermo. Finalmente, recordemos que tenemos, en ocasiones hasta treinta años después de jubilarnos para preparar el cielo: la via ascendente.

José Carlos Martín de la Hoz