Mauricio Wiesenthal sociólogo

 

No se trata de atribuir a este autor todos los saberes posibles, sino de destacar aquellas de sus ideas, políticamente incorrectas, que el lector no encontrará en otro lugar. Los comentarios de Wiesenthal acerca de la organización social son críticos, en ocasiones ingenuos y casi humorísticos.

La primera cuestión que plantea el autor de Siguiendo mi camino se refiere a la desaparición del proletariado industrial para engrosar las filas de la burguesía: "Un proletario -escribe- se convierte en un burgués en cuanto se compra una casa y paga la hipoteca" (pág.381). E insiste: "La burguesía moderna se siente muy poderosa porque ha atraído e integrado a la clase obrera, comprándola con quimeras y la promesa de un paraíso cómodo": el estado del bienestar sin disciplina ni ideales (pág.382).

El proletariado, que políticamente había tenido tanta importancia, ha desaparecido sin dejar detrás de sí más que una concepción materialista de la vida, insistentes llamadas a la igualdad y rechazo de los valores trascendentes: "Los ateos actuales -afirma Wiesenthal- se conforman con el cielo del capitalismo de una urbanización con piscina" (pág.377).

El autor rememora la revolución que vivió en su juventud parisina -el mayo de 1968- en la que los jóvenes actuaban inspirados por figuras tales como el Ché Guevara y un lejano Mao Tse Tung. Aquellos jóvenes hoy están integrados social y económicamente -no sin heridas- y la revolución llega de la mano de los llamados indignados: descontentos con el sistema, nacionalistas radicales, parados, jóvenes sin trabajo, pensionistas con la pensión mínima y okupas. Mientras tanto, los que un día creyeron en la revolución, acaso armada, "no saben cómo explicar a sus hijos que la democracia es un sistema civilizado" que vale la pena proteger (pág.399).

Wiesenthal recurre a una división social ingenua entre burgueses, artistas y vagabundos: "Los burgueses -dice- defienden valores materialistas basados en la propiedad, los artistas se diferencian de ellos en cuanto se desclasan y abrazan unos ideales; los vagabundos son, generalmente, sabios que enfrentan el sistema y lo parasitan" (pág.380). Posiblemente está recordando su juventud musical y viajera, pero no somos jóvenes para siempre y la soledad amenaza a aquellos que no cuentan con una mínima base económica: la consabida hormiga de la fábula.

Leemos como él añora el pequeño taller artesano -hoy diríamos de un trabajador autónomo- que relaciona con el artista: libreros, fontaneros,vendedores de comestibles, tapiceros, el médico que visitaba a domicilio o el portero de finca urbana; todos ellos, en conjunto, integraban una sociedad más humana; servidores de las personas, no de un sistema. El autor -católico al fin- evoca una estampa de la tradición religiosa y artística, la de Jesús niño trabajando en el taller de su padre, carpintero, y escribe: "Cuando un pequeño taller cuelga el cartel de cerrado hay un Niño Jesús que se queda sin infancia" (pág.382).

El feminismo supone hoy un ideario potente; Wiesentahal así lo considera, pero tiene un concepto de femineidad digamos que un poco antiguo y se pregunta: "No sé por qué, esta época que -entre brutalidades e injusticias- ha tenido como logro apasionante la liberación de la mujer, no ha conseguido aún una cultura femenina" (pág.390); pero identifica la cultura femenina con los sentimientos, con el arte renacentista y sus Vírgemnes delicadas y hermosas, así como una vida maternal y hogareña. Pienso que Wiesenthal, por poco que conozca la realidad, sabe que esa femineidad ya no existe ni tampoco la vida maternal y hogareña, hoy lo que se da es el estrés de la conciliación laboral y familiar, el cual provoca que también falten los niños jesús en las cunas, en los parques y en las escuelas.

Juan Ignacio Encabo Balbín

Mauricio Wiesenthal, Siguiendo mi camino, Acantilado 2019.