Modernidad sólida

 

Uno de los conceptos más difundidos de la posmodernidad es la calificación de este mundo occidental en donde vivimos como una sociedad líquida y a la manera de dialogar y argumentar, el pensamiento líquido. Así es como lo ha caracterizado hábilmente sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), quien comienza por asentar los principios sobre los que basará su análisis y su sencilla teorización, para después mostrar, en un segundo momento, el itinerario de su ideología.

En efecto, a las pocas líneas de su trabajo, el propio Bauman afirma que “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas. La liquidez de la vida y la de la sociedad se alimentan y se refuerzan mutuamente. La vida liquida, como la sociedad moderna liquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”.

Seguidamente, añadirá, reforzando su argumentación, el tipo de velocidad con lo que todo cambia; algo verdaderamente casi de modo incesante: “En una sociedad moderna líquida, los logros individuales no pueden solidificarse en bienes duraderos porque los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos” (9).

Así pues, parece como si todos sufriéramos un verdadero TDH y deberíamos partir de esa base, para reorganizar la sociedad. En ese sentido, más que serenar, tranquilizar, ralentizar, hubiéramos que partir de la prisa como praxis vital.

Es interesante que nuestro autor, cuando desea mostrar las raíces profundas de la “modernidad líquida”, se refiere a la “modernidad sólida”, y lo haga con estas sencillas palabras: “vivía enfocada hacia la eternidad”. Enseguida añade, con toda intencionalidad: “una forma abreviada de referirse a un estado de uniformidad perpetua, monótona e irrevocable” (90).

Es interesante, caer en la cuenta de que está realizando un planteamiento de eternidad separado del concepto de contemplación, pues efectivamente, la fruición de Dios, con el llamado lumen gloriae, colma tanto el entendimiento como la voluntad y se realiza en la plenitud del tiempo. Precisamente, en la célebre obra de Pedro Abelardo, cuando habla del cielo cristiano, hace exclamar al filósofo protagonista del diálogo: “anuncias el máximo cielo”.

Efectivamente, en el camino de la posmodernidad se han perdido algunos conceptos claves y uno de ellos es el de la felicidad como íntima y perfecta posesión de Dios. Así el propio Bauman señalará que para la “modernidad líquida”: “no hay ningún destino, ni punto final, ni tampoco expectativa alguna de cumplir una misión. Cada momento vivido está preñado de un nuevo comienzo y de su final (antaño enemigos jurados, hoy gemelos siameses)” (90).

José Carlos Martín de la Hoz

Zygmunt Bauman, Vida líquida, ed. Paidós, Barcelona 2017, 206 pp.