Nosotros hijos de Dios

 

La convicción profunda de que todos los cristianos somos hijos de Dios es una verdad consoladora que la teología católica ha ido profundizando y ahondando a lo largo de la historia de la teología y de la espiritualidad, y lo seguirá haciendo con el trascurso de los años.

Para un cristiano es y será siempre capital profundizar en esta materia fundamentalmente, para el entendimiento de su ser y de su misión en la vida. Precisamente, este tema fue el tema y objeto de la Tesis Doctoral y de muchas posteriores investigaciones de Monseñor Fernando Ocáriz, actual Prelado del Opus Dei. A ese trabajo nos vamos a referir a continuación, aunque sea de un modo breve y conciso.

Efectivamente, en la publicación en la que se recoge su primera investigación, el antiguo doctorando, comenzaba su investigación, recordando que es relativamente frecuente a lo largo de la historia de la espiritualidad el que Dios haya sido invocado como padre, pero en el cristianismo y, en concreto, en el Opus Dei, esa realidad toma acentos capitales, precisamente por un deseo de Dios: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios“ (1, Io 3,1).

Enseguida, subrayará el autor las palabras de san Josemaría: “Dios quiere que, junto a su Omnipotencia, vaya nuestra flaqueza; junto a su Luz, la tiniebla de nuestra pobre naturaleza” (13). Así pues, hay una unidad muy estrecha entre nosotros hijos de Dios por adopción y Cristo hijo de Dios por naturaleza, pues repetidamente señalará Mons. Ocáriz, a lo largo de este trabajo, que somos hijos en el Hijo: “Subo a mi padre y a vuestro padre a mi Dios y a vuestro Dios” (Io 20, 17).

Una importante consecuencia de lo que acabamos de decir es que nuestra filiación divina y fraternidad con Cristo nos lleva a ser herederos: “Si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8, 17).

Precisamente, los padres de la Iglesia al referirse a la filiación divina a lo largo de los primeros siglos de la Iglesia no hacían sino subrayar para siempre esta verdad consoladora fuente para las demás cuestiones, iluminar otras y resumir todas. Conviene recordar con Mons. Ocáriz algunas de ellas, como la afirmación de que el hombre es imagen u semejanza de Dios.

Asimismo, recordemos que san Cirilo de Alejandría distinguía entre “una filiación derivada de la condición de criaturas y el de una filiación divina sobrenatural, en virtud de la fuerza santificadora del Espíritu Santo” (De incarnatione, PG 75, 1229). Además, san Cirilo recordaba que, participando con Cristo, participamos de la naturaleza divina (21). También señalaba nuestro autor, como aplicación de la doctrina de los padres la afirmación clave de san Agustín: “el don que Dios hace de sí mismo al hombre, más concretamente, la función santificadora del Espíritu Santo” (22).

Es muy importante resaltar que en las siguientes páginas del trabajo que estamos comentando, el autor se adentrará con maestría y de la mano, en muchas ocasiones de las intuiciones teológicas de san Josemaría y siempre con la convicción profunda de estar buscando la realidad de una verdad consoladora: “Considero que es de capital importancia, para aceptar el dato de fe tal como es, una verdadera metafísica de la realidad” (34).

José Carlos Martín de la Hoz

Fernando Ocáriz, Hijos de Dios en Cristo, ed. Eunsa, Pamplona 1972, 162 pp.